Cebú: La primera ciudad española de Filipinas, fundada por Miguel López de Legazpi


El 27 de abril de 1565, en Filipinas, el explorador español Miguel López de Legazpi funda la Villa de San Miguel (hoy conocida como Cebú), que será cabecera de los dominios españoles en este archipiélago hasta 1571 y fue el lugar donde tiempo antes el rajá Humabón envenenó a los soldados de Magallanes. 



De esta forma comienzan los asentamientos para la conquista del archipiélago filipino. Resulta urgente comunicar esta buena noticia para pedir refuerzos y poder recabar fondos con los que consolidar la fundación, pero los españoles hasta el momento no han conseguido nunca volver a América cruzando el Oceano Pacífico e intentar hacerlo a través del Índico supondría tener que recalar en lugares de soberanía portuguesa, siendo así que éstos no ven con buenos ojos la presencia española en la zona.

Finalmente un español, Andrés de Urdaneta, conseguirá una nueva proeza española en el mar, cruzar el océano Pacifico de Oeste a Este, y con ello abrir una ruta marítima que pervive en nuestros días; el Tornaviaje. Ahora los españoles podrán crear asentamientos en Asia contando con el apoyo de las colonias americanas y sin tener que surcar aguas portuguesas aunque la tensión entre ambos países continúe.

El 27 de abril de 1565 llegó a la isla de Cebú, en el corazón del archipiélago filipino, la armada de Legazpi y Urdaneta, cuatro décadas después que la expedición de Magallanes. Se cerraba así un largo ciclo de intentos por alcanzar la ruta hacia el Oriente a través del océano Pacífico y de la carrera hacia las Indias que habían emprendido medio siglo antes las potencias europeas.

Descubrimiento de la ruta del Tornaviaje en el Pacífico.

La llegada de la armada española enfrentó muchos inconvenientes debido a la presencia de tropas portuguesas en los alrededores, que por su acción violenta contra los indígenas (robos y saqueos a poblaciones inermes) habían sembrado el temor entre los habitantes frente a la presencia de extranjeros en sus pacíficas islas. Legazpi tuvo muchas dificultades para obtener agua y bastimentos; en Cabalián, Limasawa, Camiguin y Butuán los nativos huían ante la presencia de aquellas naves.

La mañana del 27 echaron anclas en la rada de Cebú una fragata, el galeón y la nave capitana, ya que el patache San Lucas se había perdido en el camino. La experiencia debió ser aterradora para los habitantes de las islas debido a sus experiencias previas con los portugueses.

El General López de Legazpi tenía en mente establecer un asentamiento en la zona e iniciar el comercio con la región, además de poder iniciar la evangelización católica en esas tierras. Persuadido de que el medio más eficaz para alcanzar sus propósitos sería por el momento utilizar medios pacíficos, intentó acercarse a los habitantes de la isla y ofrecer un entendimiento de paz.

Legazpi actuó con sagacidad para entrar en contacto con el jefe local, el rajá Tupas, quien en los primeros momentos eludió a los extranjeros. La historia más aceptada es que los soldados españoles encontraron una imagen del Santo Niño de Jesús, que posiblemente había sido regalada por Magallanes a la reina del lugar medio siglo antes. Los locales apreciaban la imagen por sus atributos mágicos, y la adoraban dentro de su propia religión, probablemente animista, como dadora de lluvia y de buenas cosechas.

Imagen del Santo Niño de Jesús

Desde entonces, la pequeña imagen es símbolo de Cebú y su culto está fuertemente asentado entre la población católica de ese país.

Un autor filipino describe de otra manera el acercamiento entre Legazpi y Tupas, en el marco de la fuerte hostilidad que causaba la presencia europea en la isla. Cierto día, un soldado español fue muerto por los cebuanos y en represalia Legazpi mandó capturar alrededor de 40 indígenas, entre los que se encontraba una sobrina de Tupas.

Legazpi decidió dar un buen trato a los prisioneros y en especial a la joven, a quien regaló ropas europeas y así fue presentada ante el jefe local. De esta forma se inició un acuerdo pacífico para mantener la presencia de los españoles en la isla de Cebú.

De aquella isla salió poco tiempo después la expedición en busca del tornaviaje hacia México a cargo del padre Andrés de Urdaneta. Cinco años más tarde se decidió ocupar la isla de Luzón y fundar Manila como capital de las Filipinas.

Pero tanto la llegada como el asentamiento de Legazpi a Filipinas no fue ni mucho menos fruto de la casualidad, sino de un conjunto de factores que condujeron a la corona española a esta colonización. Estos antecedentes merecen ser examinados para poder comprender la verdadera dimensión de lo realizado por Legazpi, el cual no siempre cumplió estrictamente con las órdenes recibidas.

El regreso de Elcano

Tras el regreso con éxito de la nao Victoria de Juan Sebastian Elcano, y después de que en las discusiones de Elvás-Badajoz (en las que también participa Elcano) no se resolviese la cuestión de la determinación del Antimeridiano, zarpa desde La Coruña, el 24 de agosto de 1525, la expedición Loaysa-Elcano en la que, a la sazón, se encuentra un joven marinero de Villafranca de Ordicia llamado Andrés de Urdaneta (contratado por el propio Elcano).

Se inicia con esta expedición una serie de intentos de conexión recurrente (de ida y vuelta) entre Nueva España y la región de la Especiería que terminan por fracasar (Gómez de Espinosa, Saavedra –por iniciativa de Cortés–, Grijalva,…).

Hasta la expedición de Legazpi, y a pesar del «empeño» del Tratado de Zaragoza, los españoles buscan en el Pacífico la ruta de vuelta desde el Maluco hasta Nueva España pero sin resultados.

Estatua de Legazpi frente al fuerte San Pedro, en Cebú.

La última expedición anterior a Legazpi, la de Ruy López Villalobos, siendo igualmente estéril en su objetivo fundamental, volvía a reabrir sin embargo el conflicto entre España y Portugal sobre la determinación del Antimeridiano. En 1542 Villalobos exploró el archipiélago de las Carolinas y Palaos, llegando a Mindanao y a la isla de Leyte, a la que llamó isla Filipina (en honor al entonces príncipe de Asturias, extendiéndose después el nombre a todo el archipiélago), dentro de las Islas de San Lázaro a las que, como es sabido, se había llegado por primera vez ya con la expedición de Magallanes (y en donde este perdió la vida, en Mactán, de manos de los indígenas cebuanos).

El gobernador portugués de la fortaleza de San Juan de Terrenate, Jorge de Castro, acusó a Villalobos de emprender acciones de pillaje y piratería sobre las islas, considerando que Mindanao y Leyte entraban dentro de la jurisdicción portuguesa según el «contrato» de Zaragoza. Villalobos, que llevaba orden expresa de no tocar ni las Molucas ni ninguna otra región de dominio portugués, respondió que estaba dentro de la demarcación del Emperador. Y es que si bien el «empeño» de Zaragoza era terminante respecto a las Molucas, no lo era ni mucho menos en relación a las islas del entorno (para empezar las Filipinas, pero también Nueva Guinea, Borneo…).

De hecho en 1545 Ortiz de Retes, en el segundo intento de regreso de la flota de Villalobos desde las Molucas hacia Nueva España, toma posesión de Nueva Guinea (descubierta ya por Saavedra) en nombre del rey de España. La expedición de Villalobos terminó fracasando (teniendo que acordar con las autoridades portuguesas su regreso a España por la vía del Índico, pero, sin embargo, volvió a abrir en efecto el caso de la delimitación del Antimeridiano.

Así las cosas, en 1559, Felipe II (en Real Cédula dada en Valladolid a 24 de septiembre) da órdenes a Luis de Velasco, virrey de Nueva España, para que organice una nueva expedición hacia las Filipinas «y otras islas comarcanas» a las Molucas creyéndolas aquellas, a diferencia de estas, fuera del «empeño» de Zaragoza, dando de nuevo órdenes de no entrar en el Maluco: “Daréis por instrucción a la gente que ansí embiáredes que en ninguna manera entren en las islas de los Malucos, porque no contravenga el asiento que tenemos tomado con el serenísimo rey de Portugal, sino en otras yslas que están comarcanas a ellas, así como son las Phelipinas y otras que están fuera del dicho asiento.”

Para ello el siempre «prudente» Felipe II optó por asesorarse antes de proceder con la ejecución de los planes, y acudió, por indicación de Velasco, al consejo de aquel joven marinero, ahora (desde 1553) monje agustino, que había estado enrolado en la expedición de Loaysa como asistente de Elcano, y al que ahora se le encargaba, además, la dirección de la nueva expedición: Andrés de Urdaneta.

Pues bien, Urdaneta advierte a Velasco, y después también a Felipe II directamente, que según su parecer las Filipinas caen dentro de lo empeñado en Zaragoza, perteneciendo íntegramente a Portugal, de manera que la expedición proyectada no podría tener como objetivo estas islas (o por lo menos, advierte Urdaneta, que no contasen con él para ello) sino otras que cayesen del lado castellano, salvo si la expedición se dirigiera a recoger a los náufragos de anteriores expediciones y a liberar cautivos en manos de infieles.

En efecto, los consejos de Urdaneta prosperan, y el objetivo de la expedición ordenada por Velasco, y al mando del también vasco Miguel López de Legazpi como capitán general (a propuesta de nuevo de Urdaneta), va ser Nueva Guinea (a la que nunca se había llegado desde Nueva España puesto que Retes había llegado a ella pero desde las Molucas).

La expedición comandada por Legazpi saldría del Puerto de Navidad ( a pesar de Urdaneta, que prefería Acapulco) y, además, por expreso deseo de Felipe II manifestado a Velasco, tenían que embarcarse con Legazpi tres «religiosos» de la Orden de San Agustín –la de Urdaneta–, (al final embarcarán cuatro, además del propio Urdaneta) quedando vinculada a esta orden la primera labor de evangelización de las islas a las que arribasen.

En verano de 1564 la escuadra, una vez reunida, se hallaba concentrada en el puerto de Navidad, pero he aquí que en esas circunstancias fallece Luis de Velasco el 31 de julio (cuatro meses antes de que las naves partieran) tomando entonces la Real Audiencia, como gobierno interino, y de la mano del visitador Jerónimo de Valderrama, una nueva resolución en torno a los objetivos de la misión.
Ahora bien, la nueva Instrucción, firmada y sellada el 1 de septiembre de 1864, no se haría pública a la tripulación, tal era la condición impuesta a Legazpi, hasta que la flota no estuviera ya internada en el Pacífico.

Unas horas antes de zarpar, Urdaneta escribe al rey la siguiente carta (fechada el 20 de noviembre de 1864) en la que el agustino va presentando a Felipe II una serie de personalidades de la «hueste de Legazpi» que, en efecto, serán las que van a dibujar las primeras impresiones, tomando a su vez las primeras resoluciones al respecto, no sólo sobre las Filipinas, sino también acerca de los chinos (sangleyes), que andan al «rescate» por Filipinas (y así llamados por ello), así como sobre la propia China.

La carta dice así: “Por cumplir lo que Vuestra Magestad me envió a mandar por dos veces, he venido a este Puerto de la Navidad, donde al presente estoy ya embarcado con quatro religiosos sacerdotes y los tres de ellos teólogos, y a otro sacerdote y teólogo lo llevó Dios para sí en este puerto.

Nuestra partida, placiendo a Dios, para las partes del poniente será mañana. Van dos naos gruesas, la una según dicen los mareantes de más de quinientas toneladas, y la otra de más de trescientas, y un galeoncete de hasta ochenta toneladas, y un patache pequeño y una fragata. Irán en estas cinco velas de trescientos y ochenta hombres arriba.

Llevamos por General a Miguel López de Legazpi, natural de la provincia de Guipúzcoa, persona de muy buen juicio y cuerdo, con quien todos los de la armada llevamos muy gran contento. Va sólo por servir a Dios ya Vuestra Magestad a su propia costa. Espero en Nuestro Señor que ha de acertar a servir a Vuestra Magestad con próspero suceso y con toda lealtad. A Vuestra Magestad suplico sea servido de mandar tener cuenta con sus servicios y persona para hacerle.

Así mismo va en esta armada Andrés de Mirandaola, sobrino mío, por Factor de la Real Hacienda de Vuestra Magestad. A vuestra Magestad suplico sea servido de mandarle perpetrar el cargo; y asimismo suplico a Vuestra Magestad, pues los religiosos de la orden de Nuestro Padre San Agustín son los primeros que han tomado esta empresa y se ponen a tantos trabajos por servir a Dios y a Vuestra Magestad, se tenga quenta para los favorecer.

Voy con muy gran confianza que Dios Nuestro Señor y Vuestra Magestad han de ser servidos en esta jornada con próspero suceso, donde se ha de dar principio de gran aumento de Nuestra Santa Fe Católica y para aumento del Estado Real de Vuestra Magestad, cuya Real persona nuestro señor guarde por muchos años con muy grandes estados y al fin dé la gloria.

Deste puerto de la navidad veinte de noviembre de mill y quinientos y sesenta y quatro S.C.R.M. Muy indigno capellán y siervo de Vuestra Magestad, que vuestras Reales manos besa. Fray Andrés de Urdaneta”

La flota pues, y según indica Urdaneta al Rey, estaba formada por cinco embarcaciones, la nao capitana, bautizada como San Pedro, en la que iban Legazpi y Urdaneta; la nao almirante San Pablo, cuyo capitán era Mateo de Saz; el pateche San Juan, al mando de Juan de la Isla (nombrado por Luis de Velasco) siendo su piloto Rodrigo de Espinosa o de la Isla, hermano del capitán; el pateche menor San Lucas, al mando del capitán, recién nombrado por Legazpi (dos días antes de partir), Alonso de Arellano; y, por fin, una fragatilla que navegaba anexa a la capitana.

Andrés de Urdaneta

Legazpi había sido nombrado «Gobernador y General de la armada y gente que ha de ir al dicho descubrimiento», según aparece en el documento fechado en México el 9 de julio de 1563 (y confirmado el día 15), y llevaba consigo, a modo de escolta, un grupo de «gentiles hombres» entre los que se encontraban Felipe Salcedo, nieto suyo, Juan Pacheco, Pedro de Mena, Pedro Pacheco, Arias Maldonado…

La tripulación formaba un total de 380 hombres, 150 de mar, 200 de armas, en principio cinco frailes (que finalmente como hemos dicho fueron cuatro, al morir uno en el puerto de Navidad, indica Urdaneta en su carta) y el resto gente de servicio. Los frailes agustinos eran Pedro de Gamboa, que iba en la San Pablo, y las tres personalidades más destacadas en cuanto a lo que a nosotros nos importa: Martín de Rada, Diego de Herrera y Andrés de Aguirre. Además también iba como intérprete un tal Gerónimo Pacheco, originario de Mengala, que durante el viaje debía enseñar el idioma a los agustinos.

Algunos miembros de la tripulación recibieron cargos ya pensados para el establecimiento en las Islas del Poniente (concepto este que parece buscado con deliberada ambigüedad geográfica, dadas las circunstancias –conflicto de jurisdicción con Portugal-). Así, a Juan de Carrión le fue concedido el título de «Alférez General del estandarte e insignia real que se llevase a las del Poniente»; Hernando Riquel recibió el cargo de «Escribano de la gobernación de las Islas del Poniente y del juzgado de dicho gobierno y su lugarteniente»; el sevillano Guido de Lavezaris (que será más adelante gobernador interino en Filipinas tras la muerte de Legazpi) figura como tesorero; Juan Pablo de Carrión, contador; Andrés de Mirandaola, sobrino de Urdaneta, según este le recuerda al Rey en su carta, fue nombrado factor y veedor.

Sea como fuera, por fin, el 21 de noviembre, zarpa la expedición de Legazpi y ya bien adentrados en el océano, a unas 100 leguas del puerto, Legazpi abrió por fin los pliegos lacrados de la nueva Instrucción en los que se guardaban los objetivos de la misión encomendados por la Audiencia. Debería enfilar su derrota por las islas Nubladas, Rocapartida, Reyes y Corales hasta alcanzar la verdadera meta, las Filipinas: «Y que conforme a ella su derecha derrota avían de ser las islas felipinas y a las demás a ellas comarcanas, que están dentro de la demarcaçión de su magestad…», decía la instrucción expresamente en contra de lo afirmado por Urdaneta al respecto. La Instrucción indicaba además que Legazpi, a parte de «rescatar» (es decir, comerciar), podía «poblar» las islas si así lo creía conveniente.

De este modo Jerónimo de Valderrama, artífice de la nueva Instrucción, y de la que sin duda estaba al tanto Felipe II, sorteaba las dificultades que hubiera ocasionado a estas alturas una negativa de Urdaneta (y es que, insistimos, se había negado a ir si el objetivo era ese). Así, leídas las instrucciones por Legazpi, los tripulantes fijaron la atención en Urdaneta que, no sin lamentarse junto a sus compañeros de orden, acató al fin las órdenes del alto tribunal.

La misión parecía pues buscar el ganar una posición en las «islas del Poniente» frente a Portugal por la vía de los «hechos consumados», lo que se encontró con la oposición, por otra parte estéril, de los frailes en algunas ocasiones a lo largo de la expedición.

Esto prefigura ya en parte los conflictos que van a existir en los primeros años de asentamiento en Filipinas entre «capitanes« y «frailes« en torno a los títulos que justifican la presencia y soberanía de España en las islas, una «soberanía», como vemos, puesta ya en cuestión desde el principio (y al margen de la relación establecida con la población indígena) pues parece comprometer el «asiento» con Portugal (problema que no se produjo sin embargo en América, por lo menos hasta el siglo XVIII, con Brasil.

Primer asentamiento en Cebú

De cualquier manera, el 22 de enero de 1565 la armada llega a la isla de Guam, en las islas de Los Ladrones (hoy Marianas), tomando posesión de las mismas en nombre del Rey de España. Aquí, Urdaneta, de nuevo ante los problemas que él veía sobre el objetivo de la misión, propuso iniciar el «tornaviaje» desde este punto, a lo que se opuso Legazpi que por nada del mundo se desviaría de lo que se le había ordenado. No volvió a insistir más Urdaneta al respecto.

En febrero llegan por fin a Sámar, primero, y a la isla de Leyte, después a Bohol en donde, ante las dificultades de abastecimiento (motivadas a su vez por la dificultad de «comunicación» y «rescate» con los indígenas que huían a su paso), Legazpi y los capitanes, y de nuevo con la oposición de los agustinos, se deciden a tomar asiento y directamente «poblar» alguna de aquellas islas, informando de ello a continuación a «su Magestad» para que «probea lo que más a su rreal serviçio sea».

Llegada de la expedición Legazpi-Urdaneta a Cebú (Filipinas). Museo Oriental de Valladolid.

Existe, sin embargo, incertidumbre acerca de la isla mejor dispuesta para ello, teniendo en cuenta además que desde ella había que organizar la vuelta. 

El 27 de abril llegan a la isla de Cebú que parecía la más idónea precisamente por ser allí en donde fue muerto Magallanes (Mactán). Durante la permanencia en ella de Magallanes los cebuanos se habían declarado vasallos de Castilla y hubo conversiones al cristianismo, de manera que se les podía hacer guerra lícita en el caso de que rehuyesen al trato con los castellanos. En efecto, aunque no sin dificultades, Legazpi consigue establecerse en Cebú (toma posesión de la isla el 8 de mayo de 1565) y logra poner tributo de vasallaje sobre los indígenas (a partir de un pacto con un reyezuelo de la zona).

Replanteamiento de la cuestión del Antimeridiano (1566)

La presencia española en Filipinas, iniciado el asentamiento de Legazpi amparado por el éxito de Urdaneta, va a dar lugar a un replanteamiento, en términos mucho más serios, de la cuestión del antimeridiano, siendo el problema enfocado de un modo diferente desde el seno de ambas sociedades políticas rivales, España y Portugal. Mientras que España debatirá este asunto en la propia Corte, una vez conocida la noticia, Portugal llevará a efecto su protesta formal en el escenario de la disputa, sin que ello trascienda a la corte portuguesa, que no se manifestará al respecto (según López de Velasco, Descripción Universal de las Indias, pág. 5 sí existen protestas formales por parte del Rey de Portugal en sendas cartas dirigidas a Felipe II en 1568 y 1569).

En efecto, tras el éxito de Urdaneta, la Audiencia de México lo envía a la Corte de España para informar de todo ello al Rey, con el que se entrevista al año siguiente en Valladolid. Ante las dudas que se mantienen acerca de la posición de la Filipina (Leyte) y Cebú (de momento disociadas, no contempladas como formando parte de un mismo archipiélago) en relación al antimeridiano y en relación a lo empeñado en Zaragoza, Felipe II decide reunir una junta de expertos cosmógrafos y pilotos (segunda en relación a este asunto tras la junta de Elvás-Badajoz de 1524) a la que, por supuesto, se une Urdaneta. De nuevo se planteaba la cuestión de si las Filipinas están dentro del empeño de Zaragoza o no (teniendo siempre en cuenta, además, que el empeño podía deshacerse –y así le fue sugerido a Felipe II alguna vez, así lo hará el capitán Juan de la Isla– devolviéndole a Portugal los 350.000 ducados que costó el desistimiento castellano sobre las Molucas).

Todos los informantes emitieron un informe individualizado, a la vista de los cuales se formó un «parecer conjunto» en el que declaran que «las islas del Maluco, islas Filipinas e isla de Çubú» se hallan dentro de la demarcación del rey de España, según el Tratado de Tordesillas, pero, sin embargo, contrariamente a los intereses de la Corona, todas están comprendidas a su vez en la cesión hecha a Portugal por el Tratado de Zaragoza (según ya había advertido Urdaneta al Rey desde el principio).

Sea como fuere, y en definitiva, el dictamen presentado como unánime por los expertos es terminante: las Filipinas caen dentro del empeño de Zaragoza, dejando en cualquier caso, y también en esto hay unanimidad entre los expertos, al juicio de los juristas la resolución definitiva al respecto.

Descubrimiento de Cavite y Manila

Ahora bien, el siguiente movimiento de Legazpi será tan inesperado para Portugal como para España: la conquista de Luzón y la fundación de Manila siendo la fundación de ésta un primer paso para los primeros tratos de los españoles con los chinos, inclinándose la acción imperial en esa dirección; una acción imperial que, en cualquier caso, desborda por sus objetivos el mero trato comercial, apuntando hacia una empresa mucho más ambiciosa: la empresa de China.

Pero esta es otra épica y extraordinaria historia.

Autor Ignacio del Pozo

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