Ana de Ayala, la mujer que sobrevivió al desconocido Amazonas

En Julio de 1545, la expedición encabezada por Francisco Orellana y su esposa Ana de Ayala comienza a remontar el Amazonas tras haber partido de España varios meses antes.


La expedición – casi suicida desde su inicio- resultará un desastre y el propio explorador morirá durante la misma, pero Ana de Ayala y unos pocos hombres lograran sobrevivir y regresar.

Entre las muchas mujeres españolas que participaron en épicas expediciones americanas se encuentra la trujillana Ana de Ayala, esposa de Francisco de Orellana que participó con éste en el intento de remontar el río Amazonas en 1545, resultando una de las escasas supervivientes de tal expedición.

Previamente, en el mes de febrero de 1542 Francisco de Orellana y sus 57 hombres descubren las fuentes ecuatorianas del río Amazonas, el más largo y caudaloso de la Tierra con 6.880 kms.
Orellana había participado junto a Francisco Pizarro en la conquista del imperio inca, acreditando ser un soldado valiente y arrojado, al punto que llegó a perder un ojo luchando contra los indios manabíes.

Antes de cumplir los treinta años, Orellana había tomado parte en la colonización del Perú, había fundado la ciudad de Guayaquil y había acumulado, según algunos cronistas, una enorme fortuna.

Gonzalo Pizarro

Sin embargo tal eventualidad, caso de ser cierta, no impidió a Orellana (31 años entonces) sumarse a la expedición de Gonzalo Pizarro en busca del país de la canela, un territorio fantasmagórico que según le habían comunicado algunos indígenas, se hallaba en las sierras del interior del continente.

La canela era una de las especias más preciadas de la época, y los españoles soñaban con encontrar bosques enteros que los hicieran ricos. Con tal objetivo, Pizarro organizó un ejército de 200 españoles y casi 4000 indios como porteadores.

Desde Quito, situada a casi 3000 metros de altura, los expedicionarios bajaron a la selva ecuatoriana, pero al llegar al río Coca, en vez de oro y canela, se encontraron con hambre y confusión. Orellana, entre tanto, había partido por su cuenta desde el Pacífico, ascendió hasta Quito y de allí marchó al encuentro de Gonzalo Pizarro. Cuando lo alcanzó, la situación de los españoles era tan desesperada que Pizarro envió a Orellana en busca de comida con el bergantín San Pedro, un navío que habían construido los mismos expedicionarios al llegar al río Coca. Lo conminó asimismo a que regresara como máximo en quince días, sin rebasar la siguiente confluencia del Coca.

La zona citada coincidía con el río Napo, que aunque más ancho que cualquier río de la península ibérica, resulta relativamente modesto en la cuenca amazónica. Tal anchura suponía una mayor corriente, lo que no impidió a Gonzalo Pizarro albergar la absurda idea de que Orellana consiguiese provisiones para un ejército de hambrientos y que además regresara remontando el río. Orellana, en cambio, era plenamente consciente de que si se separaban sería para siempre, pues la corriente, de hasta diez kilómetros por hora, hacía imposible el retorno pero, al menos aparentemente, se dispuso a cumplir lo ordenado por Pizarro.

Llegaron hasta Aparia donde Orellana ordenó construir un segundo bergantín, el Victoria, haciendo clavos de cualquier herraje que tuvieran sus hombres, y a continuación les propuso seguir adelante argumentando que no podían volver al campamento de Gonzalo Pizarro a causa de la corriente y de que no habían encontrado ni encontrarían la comida precisa para abastecer al resto de hombres.

En ese momento Orellana dejó de ser lugarteniente de Pizarro, pues sus hombres lo legitimaron como jefe por votación.

Así las cosas, Orellana y sus hombres siguieron el curso del río hasta su confluencia con el Amazonas y por éste, no sin pasar muchas necesidades y ataques indígenas hasta el Océano Atántico, completando una de las hazañas más épicas de los españoles en América.

El relato lo recogió el fraile Gaspar de Carvajal en una pormenorizada relación que constituye en si misma una simbiosis entre una epopeya y un tratado antropológico de los indígenas del territorio. Su relación abarca desde finales de Diciembre de 1541, en que Orellana y sus compañeros se separaron del cuerpo expedicionario de Gonzalo Pizarro, hasta Septiembre del año siguiente, en que el bergantín en que iba el religioso domínico arribó a la Isla de Cubagua.

Problemas para Orellana

Pero al contrario de lo que pudiera pensarse, la hazaña de Orellana y sus hombres no supuso que los mismos alcanzaran la gloria; antes al contrario, la no obtención de riqueza alguna y las denuncias de Gonzalo Pizarro por traición colocaron a Orellana en una difícil situación ante la Corona. Orellana tendría que volver a España a hacer valer su descubrimiento y, lo que es peor, hacer frente a las acusaciones contra él.

De vuelta a la península

La Corte española recibió las noticias de Orellana con sumo recelo por la posibilidad de que influyeran en las ya de por sí tensas relaciones castellano-portuguesas por la expansión de ambas conforme al Tratado de Tordesillas, pero tras solventar favorablemente el juicio por traición a Gonzalo Pizarro, en 1544 finalmente obtuvo una Capitulación con los nombramientos y las instrucciones oportunas para retornar a la cuenca del Amazonas, bautizada como Nueva Andalucía.

Es entonces cuando surge la figura de Ana de Ayala.

Ana de Ayala

Trujillana como Orellana, Ana de Ayala nació probablemente hacia 1525 y en 1544, a los 19 años, se casó con Francisco de Orellana (33) mientras éste preparaba en Sevilla y Sanlúcar la expedición a Nueva Andalucía con el propósito de remontar el Amazonas desde el delta en virtud de la capitulación obtenida.

Resulta especialmente relevante el tesón empleado por Orellana tanto para casarse como para conseguir que su joven esposa lo acompañara. De hecho, contó con la frontal oposición de fray Pablo de Torres, quien más tarde se convertiría en obispo de Panamá, que no quería que se casase con una mujer que no iba a aportar “un solo ducado” con su dote y a la que, además pretendía llevar consigo al Amazona.

El futuro obispo escribió quejándose al Emperador: “el Adelantado se casó, contra mis persuasiones, que fueron muchas y legítimas, porque a él no le dieron dote ninguna, digo ni un solo ducado, y quiere llevar allá su mujer, y aun a una o dos cuñadas: alegó de su parte que no podía ir sin mujer, y para ir amancebado que se quería casar; a todo le respondí suficientemente como se había de responder como cristiano, y como convenía a esta empresa, para que no ocupásemos el armada con mujeres y gastos para ellas” y es que la intención de Orellana no solo incluía a su esposa en la expedición, sino también a dos hermanas de ésta.

Remontando el Amazonas: el desastre

Desde Sevilla, Orellana comenzó a pertrechar su expedición con la intención de navegar río arriba, pero la falta de inversores y de apoyo financiero para la construcción de las naves – el emperador llegó a negarse a ayudarle con la artillería necesaria para protegerlas – y las dificultades para encontrar hombres provocaron que la expedición, ya desde un principio, naciese con grandes posibilidades de fracaso.

Pero todas estas dificultades no amedrentaron a Ana de Ayala que porfió con su esposo para tratar de obtener los medios necesarios que les condujesen hacia un futuro más que incierto.

Finalmente, el 11 de mayo de 1545 partió de Sanlúcar de Barrameda la expedición en 5 naves y con unos 400 hombres sin permiso de las autoridades portuarias y dejando en tierra a fray Pablo. Mal aparejada y peor pertrechada, hubo de recalar en Canarias y tras pasar por Cabo Verde cruzar el Atlántico.

Una nave con 77 personas se la tragó el mar durante una tempestad y cuando costeaban Brasil otra tormenta arrojó el bergantín contra los acantilados y murieron los 25 tripulantes que iban en él.

Tan solo quedarían 150 de los 400 que salieron de la Península y aún no había comenzado la odisea de remontar las aguas del Amazonas, enfrentarse a los indígenas ni sufrir las enfermedades tropicales.

Las otras dos naves fueron arrastradas por vientos favorables costeando unas 100 leguas hasta avistar un aluvión de agua dulce que penetraba con fuerza mar adentro: habían llegado a las bocas del Amazonas. Sin dudarlo, se internaron río arriba entre dos islas fluviales y tras estar a punto de naufragar, desembarcaron en la más grande a finales de 1545.

Afortunadamente encontraron indios amigos que les llevaron maíz, pescado y frutas.

A pesar de la poco favorable perspectiva, Orellana decidió remontar la corriente con las dos naves; en la toldilla de una de ellas se apiñaban Ana de Ayala, sus hermanas y el resto de las supervivientes, mientras que en la otra iban el piloto Juan Griego y el capitán Peñalosa con tripulantes y soldados.

Ascendieron casi 80 leguas por un río pantanoso hasta la actual Santarém, donde desembarcaron para armar el bergantín, desguazar una nave y encontrar alimentos. Allí, ante la ausencia de cosa que comer, Orellana ordenó que un grupo navegara en el bergantín en busca de vituallas toda vez que llevaban el maíz racionado y se habían comido, según relató Ana de Ayala, los últimos caballos y perros que trajeron de España. Esta navegación fue un rotundo fracaso: el bergantín regresó desarbolado al campamento sin víveres, desarbolado y tras perderse por uno de los múltiples brazos del río, con la tripulación diezmada por los indios.

Orellana continuaba dispuesto a descubrir la corriente principal del río por lo que navegaron unas 18 leguas (90 kilómetros) hasta que tuvieron que amarrar de nuevo (posiblemente en la actual liha do Meio) para buscar alimentos, con la mala fortuna de que la corriente rompiera el cable del ancla de la nao donde iba Ana de Ayala, hundiéndose tras vararse en la orilla. Afortunadamente, unos indígenas que habían observado el naufragio, ayudaron a los españoles a sacar del río a los que no sabían nadar y luego, los llevaron a su poblado, donde curaron a los heridos y alimentaron a todos, que para entonces no eran muchos más de 80.

El viaje a ninguna parte

Ante una situación tan adversa, un enfermo Orellana no se rindió y decidió continuar remontando el río si bien dejó en la isla a unas treinta personas, las más enfermas y agotadas. Él, su mujer Ana de Ayala, Juan de Peñalosa, el piloto Juan Griego y el resto de la gente iniciaron un fantasmagórico viaje en el bergantín durante veinticinco días, perdidos por afluentes y brazos muertos del Amazonas.

El piloto Juan Griego declaró años después que navegaron 150 leguas adelante (unos 750 kilómetros); posiblemente llegaron al actual Manaos y tomaron la corriente del Este, pero también pudieron seguir por la confluencia del Río Negro, así bautizado precisamente por Orellana cuando lo navegó cuatro años antes para llegar al Amazonas señalando que su agua era «negra como tinta», pero ahora estaba tan enfermo que era incapaz de reconocerlo. Agotados y al borde de la inanición y la muerte regresaron a la isla pero allí ya no estaba ninguno de sus compañeros. Señala Ana de Ayala que “siguió su viaje con el dicho Adelantado su marido hasta el fin que tuvo [...] pasando grandísimos trabajos de aguaceros y hambres, que por aquella tierra hay muchos»".

Hubo de asistir también a la muerte de sus dos hermanas que le acompañaban en la expedición y relató en juicio posterior cómo vio “enfermar y morir a muchos capitanes, soldados y demás gentes que remontaban con gran dificultad la corriente del río”.

Muerte de Orellana

Descansaron unos días y después, a pesar de encontrarse todos enfermos o heridos y con tan sólo un poco de maíz para cada pasajero, los buscaron durante unos meses río abajo hasta que un día avistaron un poblado en un claro del bosque al que entraron en busca de alimentos siendo emboscados por los indios que hirieron con sus flechas a 17 hombres, muriendo Orellana cuando una de ellas le atravesó el corazón.

Se ignora el lugar y la fecha de su muerte, pero por las declaraciones de su mujer Ana de Ayala y de los otros supervivientes, se podría afirmar que tuvo lugar en los primeros días de Noviembre de 1546, quizá en Macapá, ya cerca del mar.

El final de la expedición

Tras enterrar a su esposo al pie de un gran castaño de Brasil, la ya viuda Ana de Ayala, el capitán Peñalosa, el piloto Juan Griego y veintitrés hombres arribaron en el bergantín a la isla Margarita a mediados de noviembre de 1546. Todos llegaron enfermos y algunos con graves heridas y Ana de Ayala fue la única mujer superviviente de la expedición al Amazonas.

La aventura de los que se habían quedado en la isla no fue menor. Tras perder la esperanza de ver el regreso de Orellana, construyeron un batel y fueron en su busca corriente arriba. Se perdieron por algún otro brazo y al cabo de algunas semanas decidieron regresar y buscar el modo de salir al mar, pero antes se detuvieron tres meses en un poblado para construir una barca más grande, ayudados por los indios. Cuando la echaron al río, la embarcación hacía agua a pesar de lo cual decidieron continuar y bajaron por el río unas 40 leguas (200 kilómetros) antes de la desembocadura, donde se detuvieron para arreglarla y aprovisionarse de comida en un poblado, donde algunos hombres prefirieron quedarse con los indios.

Alguno más debió morir, pues solo 18 salieron al Atlántico y achicando agua día y noche, arribaron a la isla Margarita a principios de diciembre de 1546, donde se encontraron con el grupo de Ana de Ayala.

La descripción de Ana de Ayala sobre la extrema dureza de la expedición es descarnada:
“el grandísimo trabajo de hambre y enfermedades, porque sabe esta (Ana de Ayala) que llegó a tanto la dicha hambre que se comieron los caballos que llevaban y los perros en once meses que anduvieron perdidos en el dicho río; en el cual dicho tiempo murió la mayor parte de la gente y, juntamente con ella, el dicho su marido; y sabe este testigo que solamente escaparon cuarenta y cuatro hombres", uno de los cuales fue el dicho capitán Juan de Peñalosa; y así, este testigo sabe que todos en general quedaron perdidos, y así aportaron todos en compañía de este testigo a la isla de la Margarita”.

Juan de Peñalosa

Varios años después, nos encontramos a Ana de Ayala residiendo en Panamá amancebada con el capitán Juan de Peñalosa, Ana de Ayala interpuso demanda al Consejo de Indias con el propósito de reclamar los derechos de explotación de los territorios descubiertos por su marido. Su entonces irregular situación con Peñalosa respondía tanto a sus demandas legales como al hecho de que las Leyes de Indias prohibían a los contadores como Peñalosa y a otros cargos oficiales que se casaran con parientes de compañeros o personas de su propia jurisdicción para evitar las corruptelas.

Gracias a ese juicio conocemos muchos extremos de la expedición narrados por la misma Ana de Ayala que incluso apunta los motivos del fracaso al señalar que la empresa de su marido fracasó a causa de no haber recibido de la Corona los socorros que necesitaba y que habrían podido salvarla “por cuanto su majestad no dio al dicho adelantado ningún socorro ni ayuda de costa no pudo el dicho capitán Peñalosa dexar de socorrer al Adelantado como todos los demás capitanes y gente principal que le socorría”.

Arrestos no le faltaban, ni en la selva ni fuera de ella.

Autor Ignacio del Pozo

Imágenes elcofresito.blogspot.com


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