En tierra hostil

A mediados de marzo de 1583, en la actual Patagonia chilena, el capitán español Andrés de Viedma funda el primer asentamiento español en el territorio al que llamará Nombre de Jesús en un desesperado intento de la Corona española por controlar el Estrecho de Magallanes y con ello el tráfico de las especias con las Molucas.



No obstante, las especiales dificultades climáticas y de supervivencia darán al traste con el asentamiento a pesar de la épica resistencia de los españoles que lucharon durante meses contra el hambre y el frío.

La aparición de Inglaterra

A Andrés de Viedma y  Pedro Sarmiento les tocó vivir la época cumbre del enfrentamiento entre el imperio español e Inglaterra. Hasta ese momento la cuestión había estado más o menos clara: el imperio español era el único capacitado para colonizar y explotar las nuevas tierras americanas. La amplitud de sus dominios y consiguientemente del número de pobladores así lo apuntaba mientras que las otras grandes potencias marítimas, Portugal y las ciudades estado de la península italiana bastante tenían con consolidar las rutas comerciales que tanto les había costado establecer: las africanas para los lusos y las mediterráneas para los italianos.

Pero había otra potencia que se había quedado fuera de la partida: Inglaterra. Los ingleses, sin tierras que colonizar, habían desistido de tal posibilidad, a la vista de los suculentos beneficios que les proporcionaba su institucionalizada piratería (barcos y expediciones eran sufragados por capital privado que en ocasiones hasta adoptaba la forma de sociedades mercantiles e incluso en ocasiones por la Corona), pero esto resultaba del todo insuficiente desde el punto de vista económico y además les supuso grandes problemas políticos. Por un lado se granjearon la enemistad de Felipe II, el monarca más poderoso de la tierra y por otro la piratería se volvió en su contra cuando a los piratas – cada vez más descarados – dejaron de serle suficientes los galeones españoles y decidieron robar a los barcos de la Liga Hanseática (países del norte de Europa) que era el único mercado que les quedaba. Su “apartheid” religioso y anticatólico tampoco les favoreció demasiado, aislándoles aún más de lo que ya “per se” tiene de aislado una isla.

Uno de los lugares más codiciados fue el Pacífico: por un lado era el más corto para llegar a las islas de las especias y por otro siempre estaba la posibilidad de asaltar al galeón de Manila y recordar viejos tiempos. El problema radicaba en que para llegar a aquellas islas necesariamente tenías que tropezarte con algún español y el primer lugar en que te iba a ocurrir era en la parte más septentrional del continente americano: Resulta muy curioso a este respecto que el pirata Francis Drake navegara más al sur del Estrecho de Magallanes para cruzar al Pacífico y lo hiciera por un estrecho entre el Cabo de Hornos y las islas Sethland al que los ingleses llamaron "Pasaje de Drake”, a pesar de que está plenamente documentado que el barco San Lesmes de la expedición de García Jofre de Loaísa alcanzó la latitud de 55° Sur a fines de enero de 1526 al mando de Francisco de Hoces, después de que una tormenta los apartara de la boca oriental del estrecho de Magallanes.

Ya se sabe, los ingleses y su teatral costumbre de descubrir lo que ya está descubierto. Los ingleses llaman al lugar Pasaje de Drake y los españoles Mar de Hoces en honor a su verdadero descubridor.

Pero Drake hizo algo más. Encontró en aquellas latitudes una isla con suficientes recursos de agua y comida para avituallar a su nave. Tomó posesión para su reina y la llamó Elisabeth Island. Era éste un primer paso que había que atajar de raíz, y aquí es donde aparecen Pedro Sarmiento  y Andrés de Viedma.

La expedición de Pedro Sarmiento de Gamboa

Pedro Sarmiento de Gamboa no era un desconocido en la época; había participado en el viaje a las islas Salomón, comandado por Álvaro de Mendaña y tenía múltiples vinculaciones con el virrey Francisco de Toledo, quien desempeñó una gran actividad como reorganizador de la vida indígena al someterla a las normas hispánicas reprimiendo la rebelión de Tupac Amaru en 1572 o los ataques de los indios chiringuanos (1573-1574). En estos mismos años es cuando Sarmiento escribe su Historia de los Incas, que se enmarcaba dentro de un ambicioso proyecto de Historia General del Perú encargado por el propio virrey y que debía ir precedido de una descripción geográfica y continuado por una historia de los españoles.

Por su parte, Andrés de Viedma ya era un reconocido capitán del ejército español cuando se enroló en la expedición colonizadora de Flores Valdés y Sarmiento Gamboa al Estrecho de Magallanes compuesta por otros 600 militares y millares de colonos.

En octubre de 1581, partieron desde Sevilla veintitrés naves y más de tres mil personas con la ambiciosa intención de fundar dos ciudades estables para consolidar la presencia española y controlar el paso interoceánico.

Pero la expedición nació ya con problemas; las desavenencias entre Flores y Gamboa por el mando fueron casi un asunto menor cuando los expedicionarios se encontraron  con un temporal a los pocos días de zarpar que obligó a regresar a Cádiz a algunas naves mientras que el resto de la flota conseguía refugiarse durante dos meses en Cabo Verde. Finalmente y cuando lograron cruzar el Atlántico entre tormentas se vieron obligados a atracar en Río de Janeiro para recuperar a los enfermos y reparar y abastecer las  naves.

En la bahía brasileña invernaron durante varios meses, recuperando la salud y esperando llegada de la primavera, hasta que en  noviembre de 1582 partieron hacia el sur hasta alcanzar el golfo de Santa Catalina, donde se dividió la escuadra; una parte se dirigió hacia el estuario del Plata con seiscientos soldados bajo el mando de Alonso de Sotomayor, cuya misión era avanzar hacia Chile como refuerzos militares; y el resto navegó hacia el sur. Las tormentas, la pérdida de varios barcos y las desavenencias con Valdés aconsejaron a Gamboa el regreso a de Río de Janeiro, pero en ese momento la expedición ya era un reguero de barcos diseminados en las aguas entre Brasil y el sur estuario del Plata. De nuevo, las discrepancias entre los dos jefes fueron tales que Valdés, con el grueso de los pertrechos y las armas, decidió regresar a España atemorizado  por la dificultad de la navegación en zonas tan australes y sobrepasado por los acontecimientos.

Por su parte Sarmiento, más experimentado y arrojado , partió de Río en diciembre de 1583 con tres naos, dos fragatas y un patache. En febrero del año siguiente, por fin embocaron el temido estrecho, pero los vientos contrarios los obligaron a desembarcar y levantar un pequeño campamento al que llamaron Nombre de Jesús, en la entrada atlántica cerca del cabo Vírgenes, la primera fundación hispana en el estrecho. Al mando de esta pequeña población quedó Viedma, al cargo de 186 personas, entre ellas trece mujeres y diez niños. Sarmiento, al frente de otras ciento cincuenta personas se adentró unas setenta leguas por el estrecho para fundar la segunda población austral, Rey Don Felipe, cerca de la actual ciudad chilena Punta Arenas.

El hambre y lo inhóspito del lugar forzaron a Viedma a enviar un grupo de cuarenta y siete soldados hacia Rey Don Felipe para solicitar ayuda. De ese grupo, cuarenta y dos hombres murieron en el camino y de los cinco supervivientes, cuatro asesinaron al más débil para comérselo. Cuando finalmente alcanzaron Rey Don Felipe y contaron su tragedia, fueron ajusticiados por asesinato y canibalismo, pero este episodio  más allá del salvajismo lo que acredita son las duras condiciones de vida y las situaciones tan extremas que soportaron los españoles.

Cuando finalmente Viedma y Gamboa lograron contactar, decidieron que lo mejor era mantener la comunicación estable entre las dos ciudades por barco, pero un temporal sacó al océano Atlántico la nave de Gamboa, quien ante la imposibilidad de regresar al estrecho decidió volver a España para pedir socorro.

Así las cosas, en el extremo más meridional del mundo conocido quedaban aislados 250 hombres repartidos en dos pequeñas aldeas a merced de una naturaleza salvaje y un clima hostil.

En octubre de 1584, Andrés de Viedma, al no tener noticias de Gamboa, decidió partir en su búsqueda con veinte soldados, dejando al capitán Pedro Iñiguez a cargo de Nombre de Jesús.

Un mes después, Iñiguez al no saber nada del grupo de Viedma, trasladó a roda la gente de Nombre de Jesús a Rey Don Felipe, muriendo un tercio de la misma durante la marcha. Finalmente unos noventa supervivientes lograron reunirse en el fuerte de Rey Don Felipe. Sin noticias de España y con la perspectiva de una segura y lenta agonía, Andrés de Viedma envió de nuevo a Iñiguez con cuarenta hombres a Nombre de Jesús, ya que su posición atlántica permitía recibir primero los socorros, si finalmente llegasen desde España. Los restantes, una vez pasado el invierno, intentarían reunirse con ellos por mar.

Pero Viedma, ante la mortandad que se extendía entre la población cambió de planes y embarcó a los supervivientes en dos bateles. Contra lo acordado, enfiló el estrecho rumbo al Pacifico con el ánimo de alcanzar la costa chilena. La adversa fortuna hizo que uno de los bateles se malograra y tuviesen que regresar. Tras un nuevo intento fallido de navegar, esta vez en dirección a Nombre de Jesús, terminaron todos por unirse a los restos de Rey Don Felipe.

El invierno austral de 1586 dejó el grupo reducido a treinta supervivientes que, con la llegada de la primavera, iniciaron un nuevo éxodo hacia la aldea atlántica. Cerca de la bahía Posesión avistaron tres navíos, a los que pidieron socorro. Eran corsarios ingleses que les negaron el auxilio y sólo tomaron a Francisco Tomé Hernández como rehén. Aquellos veintinueve náufragos del estrecho quedaron perdidos para siempre en la ribera de bahía Posesión, al igual que los infortunados que marcharon con lñiguez. Desde España, Sarmiento de Gamboa nunca pudo conseguir autorización para regresar a socorrerlos.

Benito Pérez Galdós definió elocuentemente los avatares del capitán Sarmiento en el Estrecho:

“Este Sarmiento fue un héroe loco, un explorador animoso y exaltado hasta el delirio, que hizo creer a Felipe II en la conveniencia de establecer, en medio de todas las desolaciones de la Naturaleza, una colonia fortificada. La expedición, que al mando de otro loco llamado Flórez, envió el Rey con aquél fin aventurero y fantástico, acabó de la manera más desastrosa. Flórez y Sarmiento riñeron con escándalo y furia en las aguas y costas de América, disputándose la precedencia. Flórez se volvió a España. Sarmiento, más terco que la misma terquedad, se dirigió al estrecho con las cinco naves que le quedaban, y aplicó toda su insana testarudez a la fundación de la plaza colonial. Innumerables hombres, que eran sin duda los más intrépidos orates de la nación, perecieron allí. A muchos se los tragó el mar en las angosturas, o en los esteros fangosos de la costa sur; otros murieron en enconada lucha fraticida; a los que se obstinaron en cimentar la absurda colonia, los aniquiló la desesperación, y, por fin, el hambre dio cuenta de los últimos”.


Autor Nacho del Pozo.

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