La primera expedición española al África subsahariana

El 6 de agosto de 1778 arribaba a la isla de Fernando Poo (actual Bioko, Guinea Ecuatorial) la expedición española del Conde de Argelejo para tomar posesión de las islas guineanas previamente cedidas por Portugal.

La expedición resultará un fracaso pero sentará las bases de la futura presencia española en la zona.

Representación de danzas tradicionales


Fernando Poo


En 1472, un navegante portugués encontró dentro de la bahía de Biafra una isla a la que por su hermosura y exuberancia, bautizó como «Fermosa», nombre que la historia cambiará por el de su descubridor, Fernando Poo. veinte años más tarde. Poco tiempo después, otro portugués, Pedro Escobar, descubre la isla de Annobón, conformando estas dos islas, junto a las de santo Tomé y Príncipe, el distrito portugués del Golfo de Guinea, permaneciendo en tal situación durante casi 300 años hasta que en  1777 España y Portugal suscriben el tratado de San Ildefonso, en el que se incluía un anexo referente a África cuyo principal objetivo era zanjar los litigios sobre límites existentes entre los dos países. 


Por dicho tratado, y con la Colonia de Sacramento como moneda de cambio, Portugal cede a la corona de España la isla de Annobón, en la costa de África, «con todos los derechos, posesión y acciones que tiene en ella, para que pertenezca a los dominios españoles Así mismo, Portugal cede la isla de Fernando Poo, y los puestos del río Gabón, los Camarones, santo Domingo, Cabo Formoso y otros de aquel distrito». Es decir, una amplia zona del África ecuatorial, comprendida entre Cabo Formoso —hoy territorio de la república de Nigeria— y Cabo López —hoy en la república de Gabón.


La expedición


Una vez firmado el Tratado, España se preparó para tomar posesión de aquellas islas desconocidas del golfo de Guinea, misión que fue encomendada a una expedición que tuvo la particularidad de ser preparada y organizada en el Río de la Plata, debiendo partir de Montevideo, sede del apostadero naval de la Real Armada, con la evidente intención de vincular las islas con el virreinato del Río de la Plata. Su activo virrey, don Pedro de Cevallos, fue quien asumió la responsabilidad de cumplir con las tareas de preparar y organizar la expedición. Para el mando de la empresa designó al brigadier de Infantería de los Reales Ejércitos don Felipe de los Santos, Conde de Argelejo, el cual además debía ocuparse de ejercer el cargo de gobernador y jefe militar de las islas de Fernando Poo y Annobón. 


El Conde se encontraba en Montevideo después de haber participado en las campañas de Cevallos contra los portugueses, y era hombre de su entera confianza de éste. Como segundo jefe de la expedición se nombró al teniente coronel de Artillería don Joaquín Primo de Rivera, que antes de la llegada de don Pedro Cevallos se encontraba prestando servicios en el Río de la Plata.


Lógicamente la expedición tenía un amplio componente naval, y a tal efecto la Real Armada envió desde España a Montevideo las fragatas Santa Catalina y Nuestra Señora de la Soledad. La primera zarpó de Cádiz al mando del capitán de fragata don José Varela Ulloa y  la Nuestra Señora de la Soledad lo hizo  de Ferrol con don Ramón Topete como comandante.  Llegadas a Montevideo se les incorporó el paquebote Nuestro Señor Santiago, al mando del teniente de navío don José de Grandallana. Con estos tres buques quedó constituida la escuadrilla expedicionaria.



Finalizados los aprestos de la expedición, el Conde de Argelejos partió desde Montevideo hacia el golfo de Guinea en la primavera 1778, para llegar a su destino a fines de julio. Una vez allí y mientras esperaban la llegada del comisario portugués que debía formalizar la entrega de las islas, los tres buques españoles permanecieron fondeados en santo Tomé y Príncipe. Durante la espera surgieron roces con las autoridades portuguesas a cuenta de la demora en la entrega de las islas y hubo también fricciones entre la población y las tropas española. Por fin, el 14 de octubre de 1778 llegó al golfo de Guinea el comisario portugués, capitán Luis de Castro, y el 24 quedaba definitivamente concertada la transferencia de las islas de Fernando Poo y Annobón a España.


Muerte del comandante y ocupación de las islas


Pero las dificultades no finalizaron ahí. El 14 de diciembre, a bordo de la fragata Santa Catalina, falleció de «enfermedad natural» el Conde de Argelejos, que fue sustituido en el mando de la expedición y en el gobierno militar de las islas por el teniente coronel de Artillería don Joaquín Primo de Rivera.


Desde un principio la ocupación de Fernando Poo y Annobón fue una tarea sumamente dura y sacrificada que exigió enormes esfuerzos a los sufridos expedicionarios,. Así lo comenta el virrey del Río de la Plata, don Juan José de Vértiz:

«Saltaron a tierra los comisarios intentando el portugués persuadir al jefe de los negros y demás habitantes de Annobón a que reconociesen y rindiesen vasallaje al rey católico, jurándolo por su legítimo soberano respecto a la cesión que de ellas había hecho su Majestad Fidelísima. No cabe en la expresión que causó al capitán Mor y Sacristán, principales caudillos de la isla y a su imitación todos los negros y chusma esta proposición, cuando aseguraban ignorar existiesen tales soberanos en el mundo, y no alcanzaban la razón que pudiesen alegar los portugueses para ceder aquellas islas a las que no tenían derecho de propiedad ni el de posesión, y así negando su obediencia y amenazando proceder hostilmente si continuaban en su pretensión se retiraron a aquellos espesos montes».


A pesar de la manifiesta hostilidad de los aborígenes los expedicionarios españoles procedieron a dar inicio a la ocupación de Fernando Poo, en tanto los portugueses colaboraban haciendo lo mismo en Annobón. Para afirmar la presencia de España, los expedicionarios fundaron el poblado de «La Pura y Limpia Concepción» e inmediatamente comenzaron a construir casas, un hospital y una fortaleza. Carpinteros, albañiles, herreros, aserradores y peones trabajaban con denuedo protegidos por soldados de infantería y artillería, cuyo número no obstante era escaso.


En cuanto a la defensa naval de Fernando Poo —isla a la que se restringía la presencia efectiva de los españoles— y Annobón, estuvo representada por los tres buques que integraban la escuadrilla expedicionaria. Las dos fragatas permanecieron allí destacadas dos años, en tanto que el tercer buque, el Santiago, del teniente de navío Grandallana, siguió prestando servicios en aquella región hasta que el establecimiento de La Pura y Limpia Concepción fue abandonado por los españoles.


El carácter insular de los nuevos asentamientos exigía que las comunicaciones con el exterior y el abastecimiento se efectuaran necesariamente por vía marítima, por lo que se eligieron como bases logísticas el puerto de Cádiz, las Canarias y la isla portuguesa de santo Tomé. Así se expresaba al respecto el virrey Vértiz: «... que lo respectivo a víveres y otros auxilios, precaviendo los inconvenientes de la guerra que subsistía contra Inglaterra, se daban las correspondientes órdenes a las islas Canarias para que allí se surtiesen aquellos establecimientos de lo que necesitasen para su conservación y fomento».


La sublevación del Sargento Martín


A pesar de los apoyos logísticos recibidos de distintos transportes, los expedicionarios del teniente coronel Primo de Rivera, durante su permanencia en el golfo de Guinea, debieron afrontar graves adversidades, complicaciones y penurias tales como enfermedades, numerosas muertes y la disminución de las comunicaciones marítimas con el exterior, así como problemas de abastecimiento y de enfrentamiento con las tribus negras nativas, todo ello agravado con la sublevación del sargento Jerónimo Martín, que desposeyó del mando y encarceló a Primo de Rivera. Los auxilios del navío Santiago, que arribó desde Tenerife convoyado por la Santa Engracia, al mando del capitán de navío don Juan Nepomuceno Morales, tampoco fueron suficientes para alcanzar el fin propuesto, y Martín quedó durante un mes al mando del establecimiento de Fernando Poo. 


Las razones que el sargento adujo para su rebeldía fueron la insostenible situación que se vivía en la isla, la deficiente alimentación y mal estado de los víveres, y la inadecuada atención de los enfermos. También vertía graves imputaciones contra Primo de Rivera, al que acusaba de no preocuparse por la salud de sus subordinados y de infligirles malos tratos. Pero, para justificar su sedición, el sargento aducía sobre todo el deseo de abandonar Fernando Poo.


Neutralizado Primo de Rivera y sus mandos inmediatos, el sargento Martín ordenó a los expedicionarios, en los últimos días de octubre de 1780, embarcar en el Santiago para abandonar el poblado de La Pura y Limpia Concepción de Fernando Poo.


El contingente expedicionario, ahora bajo las órdenes del sargento Martín, alcanzó santo Tomé el 17 de noviembre de 1780; pero una vez desembarcado y liberado de su encierro, el teniente coronel Primo de Rivera puso inmediatamente en conocimiento de las autoridades portuguesas de la isla y de los oficiales españoles que allí se encontraban —entre ellos, el teniente de navío Grandallana— lo sucedido en Fernando Poo por lo que Grandallana dispuso encarcelar a Martín y a sus principales cómplices. Los correspondientes sumarios y declaraciones se sustanciaronn en los primeros meses de 1781 y fueron enviados a España a bordo de la zumaca Nuestra Señora de la Concepción, circunstancialmente presente en esos momentos en santo Tomé y cuyo mando se encomendó precisamente al teniente de navío Grandallana, que murió durante el viaje.


Durante su permanencia en la isla portuguesa, y una vez restablecida un tanto la situación, Primo de Rivera planeó y buscó regresar a Fernando Poo, pero la mala disposición del gobernador portugués a continuar ayudando a los expedicionarios y la indudable disconformidad de estos últimos en repetir una empresa tan arriesgada y peligrosa le hicieron desistir de sus propósitos, por lo que junto con sus hombres permaneció en santo Tomé hasta 1781 y cuando pudieron psalir, lo hicieron a bordo de la fragata portuguesa Nuestra Señora del Carmen, comprada exprofeso, y del bergantín Santiago, perteneciente al comercio canario. La ruta elegida no discurrió directo hacia España, sino que la fragata y el bergantín pusieron proa a Bahía de Todos los santos, en razón de la mayor cercanía de la costa brasileña respecto del golfo de Guinea. Esta decisión se tomó por tres motivos: 

1, por el riesgo de toparse con buques británicos que entrañaba una navegación más larga; 

2, en prevención de no entrar en aguas metropolitanas, ya que en ellas se estaban produciendo algunas acciones navales entre británicos y españoles, como el nuevo sitio de Gibraltar, y

3, porque el brasileño, siendo un puerto relativamente neutral, ofrecía más garantías para fondear y reponer fuerzas.


Por la correspondencia que el teniente coronel Primo de Rivera dirigió desde San Salvador de Bahía al virrey del Río de la Plata, Juan José vertiz, se sabe que los expedicionarios permanecieron en Bahía de Todos los Santos entre febrero de 1782 y enero del año siguiente. El escrito de Primo de Rivera resumía todo el dramatismo de la empresa:

«... el mísero estado de toda la gente por el mal clima, quebranto con el que vienen las embarcaciones, más muchedumbre de accidentes acumulados, así como por el estrago que ocasionó la intemperie del seno de Guinea contra la salud de los individuos de la expedición de mi cargo, me han puesto en la dura situación, después de haber apurado cuantos medios y recursos me dicta la prudencia, de salir de aquel golfo sin gente, sin dinero, y desesperanzado de nuevos refuerzos con dirección a esas provincias para repararme y esperar órdenes de la Corte. un caso que ha impedido emprender la navegación a ellas me ha obligado nuevamente a arribar a esa Bahía de Todos los Santos en la que se hace precisa alguna demora para la reparación de las dos fragatas que nos conducen y no teniendo fondos con que subvenir a los gastos que originen, he solicitado se me franqueasen caudales de la tesorería real y aviándoseme negado con pretexto de no haberse practicado jamás semejante suplemento con las naciones extranjeras, me ha quedado el solo arbitrio de mendigar el favor de un comerciante con el tanto por ciento de premio que este quisiese. solo la necesidad pudo conducirme a un exilio tan irregular como despreciable, y así, procuraré no más atender a las urgencias previstas e indispensables».


La pesadilla parecía terminar en febrero de 1783, cuando la Nuestra Señora del Carmen y el Santiago fondeaban en Montevideo con los maltrechos restos de la expedición a bordo. En Montevideo quedaron los pocos supervivientes, esperando órdenes e instrucciones, mientras que el teniente coronel Primo de Rivera emprendía el regreso a España para poner en conocimiento de las autoridades todas las noticias y avatares de aquella dramática empresa, resultando destacable que pese al fracaso de la expedición, no se descartase retornar al golfo de Guinea y ocupar Fernando Poo y Annobón, tomando otra vez Montevideo como centro de operaciones, aunquehabrían de pasar mucos años y darse producirse muchas circunstancias de diferente signo para que volviera a intentarse crear un asentamiento en unas islas.


La expedición al golfo de Guinea tuvo una clara finalidad estratégica; aquellas islas eran útiles para España porque permitían el asentamiento en el sector oriental del Atlántico sur, lo que, junto al dilatado litoral del virreinato del Río de la Plata en el sector opuesto, suponía dominar un extenso espacio oceánico. Además, con la posesión de Fernando Poo y Annobón se creaba el triángulo defensivo español del Atlántico meridional con centro en Montevideo.


La suerte del sargento Martín y los rebeldes


Jerónimo Martín, promotor de la rebelión, quedó preso en el virreinato; luego, se le destinaría a trabajar en diversas obras públicas de la ciudad, para ser por último indultado.


Apresamiento de los rebeldes

Los rebeldes procesados fueron enviados a prisiones militares mientras comenzaba el juicio, pero afortunadamente para ellos el Teniente Coronel D. Joaquín Primo de Rivera redactó un memorial en el que solicitaba el indulto de todos ellos “en consideración a los fuertes motivos que conoce llegaron a afligir el espíritu de estos reos para cometer el delito con el deseo de salir de aquella isla por los infinitos trabajos y miserias que experimentaban, y en el ejemplo de las repetidas muertas y enfermedades que padecían, les perdona el agravio que en ello recibió, pidiendo a S. M. que por lo menos se dignase a indultarles de la pena de muerte a la que tal vez pueda juzgársele acreedores.” Finalmente todos los acusados fueron indultados por Real Orden del 25 de mayo de 1785.


Los testimonios


El capitán Varela Ulloa redactó el libro “Descripción de la isla de Fernando Poo” que levanta las primeras cartas marítimas del lugar e hizo una amplia reseña de Annobón, especificando científicamente cuanto vio en ella, y aún tuvo tiempo de situar geográficamente las islas de santo Tomé y Príncipe.


Guillermo Carbonell, comandante de la zumaca Nuestra Señora de la Concepción, llevó a cabo en 1779 el primer reconocimiento minucioso de la isla de Fernando Poo, sobre cuya base debía proponer el pasaje más a propósito donde establecer el primer destacamento español. Carbonell cumplió satisfactoriamente su cometido, recalando en los pasajes más difíciles, poniendo nombre a la bahía de la Concepción y a las ensenadas del Canal, La Luz y los Pájaros, y reconociendo cuidadosamente la bahía de san Carlos. Por su parte, el teniente de navío José de Grandallana, uno de los primeros muertos de la Armada en Fernando Poo, informó de la conveniencia de establecer un primer emplazamiento español en la ensenada de la Concepción; y con ese asentamiento en culminará este primer ensayo de la presencia española en Guinea, en el que, a pesar de lo infructuoso e ineficaz de sus resultados  se abrió camino a la llegada de los misioneros y del gran explorador alavés Tomás de Iriarte.


Y es precisamente el teniente de navío Grandallana, comandante del citado paquebote y uno de los primeros muertos de la Armada en Fernando Poo, quien con asentadas razones informa de la conveniencia de establecer un primer emplazamiento español en la ensenada de la Concepción; y con ese asentamiento en agraz culminará este primer ensayo de la presencia española en Guinea, en el que, a pesar de lo infructuoso e ineficaz de sus resultados y consecuencias, la Marina aporta lo mejor y más sano, evidenciando con ello una capacidad de sacrificio y disciplina que anticipa la de los días que aún habrían de venir.


Por lo tanto, mucho antes de que cualquier misionero, comerciante o colono llegase a  Fernando Poo, España ya contaba con la muerte  de los primeros marinos de la Real Armada, entre ellos  los citados Grandallana y Carbonell, junto al médico cirujano Sebastián de Montes, primer adelantado de la medicina tropical y 37 marineros – casi seguro de malaria - de los que dieciocho yacen enterrados en Concepción, quince en santo Tomé y siete en el océano. 


Hubo que esperar casi 65 años, e época de Isabel II,  para que otra expedición militar española volviese a pisar aquellas tierras africanas, estableciéndose entonces florecientes negocios madereros y de cacao.


Autor Ignacio del Pozo

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