Expedición Loaysa-Elcano: una epopeya estéril

Tras comprobarse con la impresionante gesta de Magallanes-Elcano que era posible dar la vuelta al mundo, todos los actores implicados corrieron a mover sus piezas para tomar posiciones en el nuevo tablero de ajedrez mundial que esta hazaña había rediseñado.

Antiguo grabado que supuestamente representa la salida de la flota de García Jofre de Loaísa del puerto de La Coruña, el día 24 de julio de 1525. Fuente The National Museum of Australia.


La increíble aventura de Elcano y sus hombres, navegando a través de los océanos y por consiguiente dando la primera vuelta al mundo, no pasó desapercibida para nadie en Europa, constituyendo un hito transcendental en pleno siglo XVI, pues al abrir una nueva vía de acceso a las preciadas especias por el occidente, rompía el bloqueo turco de la ruta de la seda, así como el reciente monopolio portugués, quienes bordeando África acababan de llegar a la India.

Como consecuencia, todos los actores implicados corrieron a mover sus piezas para tomar posiciones en el nuevo tablero de ajedrez mundial que se había creado.

Tras el regreso de la nao Victoria el 6 de septiembre de 1522 Juan Sebastián Elcano, sin perder tiempo escribe al Rey Carlos I; el ya Emperador le contesta conminándolo a reunirse con él inmediatamente en Valladolid: "...y porque yo me quiero informar de vos muy particularmente del viaje que habéis hecho y de lo en él sucedido, os mando que luego que ésta veáis, tomeis dos personas de las que han venido con vos, las más cuerdas y de mejor razón, y os partáis y vengáis con ellos donde yo estuviere", ordenando a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla que se ocuparan de todo.

Elcano eligió como acompañantes al piloto Francisco Albo, y al barbero-cirujano Hernando de Bustamante, además de los indios moluqueños que habían arribado con él: "que deseaban ver al Emperador y estos reinos".

La política

Carlos, estaba decidido a reclamar para sí aquellas tierras de las que salían unas materias más valiosas que el oro, “las especias”.

Para ello crea la Casa de Contratación de la especiería, en clara competencia con Sevilla y la Casa de Contratación de las Indias.

El lugar elegido fue La Coruña, contando con el apoyo de nobles gallegos como Fernando de Andrade o el arzobispo de Compostela, Alonso de Fonseca, que presentaron al emperador un memorial en donde se describían las ventajas de la plaza y su optima situación por la cercanía a los puertos comerciales del norte, principalmente Flandes e Inglaterra. El ser ribera de mar y no de agua dulce como Sevilla que: «con los calores se cría en ella mucho gusano, y hacen mucho daño a las naos». Otra ventaja era que en La Coruña entran grandes barcos sin problemas, necesarios para
navegar en el océano mientras: «nao grande en ninguna manera puede subir la ribera de Sevilla».

Por otro lado argumentaban que La Coruña era un puerto muy seguro, que no tenía los fueros y libertades que limitarían el poder la Corona en otros puertos cantábricos y por último la facilidad del puerto sevillano para el contrabando , pues: «subiendo la ribera arriba, que suelen tardar quince o veinte días, pueden sacar lo que quieren».

Carlos no necesitó más y el 24 de diciembre de 1522 firma una cédula para la creación de dicha Casa.

La Coruña se convierte así en algo parecido a un puerto franco, pues tras el pago del quinto real para la corona y la veintena para dotar a la Casa de la Contratación de la infraestructura asistencial y sanitaria necesaria, el resto de transacciones estarían exentas de otros impuestos, dejando a la iniciativa privada la mayor intervención, pues la corona no pretende monopolizar el comercio, solo regularlo. Pero hay más, en las Molucas tras tomar posesión de ellas se ha de hacer un nuevo asentamiento y crear otra nueva Casa de Contratación que defienda y regule el comercio entre moluqueños y castellanos, para ello necesitaba una persona de origen noble que sería Gobernador y Capitán General, el nombramiento recayó en Frey García Jofre de Loaysa, natural de Ciudad Real y Comendador de la Orden de San Juan (futura Orden de Malta). Su nombramiento por encima de Elcano, se debe al hecho de que muchos de los capitanes embarcados no aceptarían su mando al no ser de origen noble, Loaysa no solo era caballero, también era hermano del obispo de Mondoñedo, Juan, y del comendador de Paracuellos, Álvaro. Asimismo, tenía lazos familiares con el arzobispo de Sevilla, fray Francisco García de Loaysa, confesor de Carlos V, y a su vez presidente del Consejo de Indias e Inquisidor General.

Aunque no se sabe con certeza es de suponer que tuviera conocimientos náuticos pues la Orden tenía obligaciones marineras en el Mediterráneo. Pero lo que parecía un obstáculo no supuso ningún problema para la expedición, Loaysa y Elcano llegaron a entenderse tan bien que formaron un tándem perfecto. El primero ejerció el mando supremo de la expedición mientras que el segundo asumía el mando de la navegación como experto navegante, llegando a crearse entre ellos una profunda amistad.

 JUAN SEBASTIÁN ELCANO Y GARCÍA JOFRE DE LOAÍSA

Mientras Portugal, sabedor de que los castellanos ya habían llegado a las Molucas, pues habían apresado a la nao Trinidad.

Recordemos que la compañera de la Victoria había partido en dirección a Nueva España y por avatares del destino, maltrecha y con sus hombres agotados y enfermos tuvo que regresar a las islas de las especias. Consolidaba su posición esperando la llegada de más castellanos. En la península ambos reinos se reunieron en Elvas (Portugal) y Badajoz (Castilla), para decidir por donde pasaba el Antimeridiano y así saber a quién pertenecían Las Molucas, pero dichas negociaciones acabaron en fracaso, teniendo los castellanos la sensación de que los portugueses les engañaban sin querer llegar a ningún acuerdo, tratando solo de ganar tiempo.

Pero mientras esto pasaba Carlos también movía sus piezas, preparó una gran flota compuesta de siete naves, cinco eran naos: Santa María de la Victoria, de 300 toneladas, al mando de Loaysa; Sancti Spiritus, de 240, capitaneada por Elcano; Anunciada, de 204, cuyo capitán era Pedro de Vera, y San Gabriel, de 156, a cargo de Rodrigo de Acuña; las carabelas Santa María del Parral, de 96 mandada por Jorge Manrique de Nájera, y la San Lesmes, también de 96 toneladas, por Francisco de Hoces, y por último el patache Santiago, de 60 toneladas, a cargo de Santiago de Guevara.

Se embarcaron unos 450 hombres entre los que iban tres hermanos de Elcano y un cuñado suyo, el capitán del Santiago, también embarcó a un jovencísimo Andrés de Urdaneta (tenía solo diecisiete años), al que Elcano tomó bajo su protección como su secretario. Hay que reseñar que como piloto de la Victoria iba un viejo conocido Rodrigo Bermejo, llamado Rodrigo de Triana, aquel que desde lo alto de la Niña había pronunciado el gritó de “tierra” el 12 de octubre de 1492, aunque luego Colón se apropió del avistamiento quedándose con los 10.000 maravedíes del premio al primero que viera tierra.

Barcos expedición Laoysa-Elcano

Pero volviendo a la expedición de Loaysa, las naves iban bien armadas y pertrechadas, llevaban productos para comerciar con los indígenas pues algunas debían de volver a Castilla cargadas del precioso clavo, pero además esta expedición tenía por objeto asentarse y hacer una gobernación en el otro extremo del mundo, por lo que también embarcaron obreros, carpinteros etc, oficios que nada tenían en común con una expedición de exploración.

De nuevo hacia las Molucas

Una vez todo dispuesto la flota se puso en marcha el 24 de julio de 1525 poniendo proa a Canarias, recalando en la Gomera el primero de agosto. De Canarias tomaron rumbo sur, hacia el golfo de Guinea, para coger los vientos favorables en dirección a América, aunque la derrota todavía no estaba fijada, pues también estaba la opción de bajar por África, aun con el riesgo de chocar con los portugueses.

Pero pronto empezaron los problemas, el 18 de agosto la mar se endureció y el palo mayor de la capitana se partió, Elcano envió dos carpinteros para arreglarlo, andando las naves solo con los trinquetes hasta reparar la avería. Pero al día siguiente, la averiada Victoria abordó a la Santa María del Parral, deshaciéndole su popa y abatiendo su palo de mesana, el arreglo de ambas naves les retraso aún más, hay que recordar que a bordo llevaban las materias (maderas, hierros, jarcias, etc) necesarias para hacer reparaciones durante las travesías.

Finalizadas las reparaciones continuaron con la navegación cuando avistaron otra nave a la altura de Sierra Leona, al suponerla francesa se propusieron darla caza comenzando su persecución, pero a medianoche Loaysa ante el peligro de dispersión de la armada disparo un cañonazo ordenando el cese de la persecución, aunque ni la San Gabriel ni el Santiago obedecieron siendo este último quien aprese la nave que resulto ser portuguesa y que Loaysa dejo marchar para no crear conflictos con el reino vecino.

A mediados de octubre llegaron a la isla de San Mateo hoy Annobón (Buen año), abandonada por los portugueses tras una rebelión de esclavos, en ella se proveyeron de frutas, aves, huevos y pesca, precisamente entre los peces que pescaron reservaron para los oficiales uno grande, una “picuda” (barracuda), pez toxico de los arrecifes, que sería la causa de un gran mal desconocido en la época “la ciguatera”, pues al principio provoca vómitos y diarreas y más tarde trastornos cardiovasculares y neurológicos agravados por la mala alimentación durante la navegación:

«Un día se tomó un pescado que parescía corvina, tan grande como un salmón de veynte libras, y todos los que comieron a la mesa del capitán general enfermaron por le comer…» Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia general y natural de las Indias. Libro XX, cap. VI «Comieron el capitán general e otros capitanes e personas de un pescado grande y hermoso, e los más que comieron estuvieron muy malos de cámaras (diarrea), que pensamos que no escaparan». Relación de Andrés de Urdaneta. Tomo 3, p.226.

Durante la estancia en la isla, Loaysa inquirió sobre lo sucedido al apresar la nave portuguesa entre Rodrigo de Acuña capitán de la nao San Gabriel y Santiago de Guevara, capitán del patache Santiago, destituyendo a Acuña por indisciplina y pasándolo a la capitana poniendo en su lugar a Martín de Valencia como capitán.

La salida de la isla fue muy complicada a causa de los vientos dispersándose la armada durante un par de días, reunida de nuevo ponen definitivamente proa a la costa brasileña que irán bordeando hasta llegar al paraje de Solís (Río de la Plata) el 28 de diciembre, pero el tiempo volvió a empeorar y una nueva tormenta dispersó la capitana y la San Gabriel. Dos días más tarde esta última se reunió con la flota, pero como la Victoria continuaba desaparecida, Elcano asume el mando y decide ir en su busca, tras tres días de infructuosa búsqueda y pensando que Loaysa se ha adelantado, decide ir hacia el estrecho volviendo la San Gabriel a separarse de la armada.

Tras la llegada al río Santa Cruz se reunió el consejo de capitanes y en contra de la opinión de Elcano que quería fondear allí, pues le parecía seguro, se decidió continuar dejando un mensaje para las naves rezagadas (clavaban una cruz a cuyo pie dejaban una olla con un mensaje).

La entrada en el estrecho tampoco fue afortunada, pues con tantas bocas confundieron la entrada con la del río Gallegos embarrancado las naves, teniendo que esperar a la marea alta para volver a reflotarlas, finalmente fondearon en el cabo de las Vírgenes. Pero las desdichas continúan, un temporal rompe el palo mayor de la Sancti Spiritus haciéndola encallar, para evitar que a las demás naves le sucediera lo mismo tiraron toda la artillería y otros pertrechos por la borda.

Viendo la nao perdida, Elcano ordeno a Urdaneta lanzarse al agua con un cabo que hiciese de guía y aferrados a él poder salvarse el resto de la tripulación, así lo hizo el joven marino, que cosa sorprendente para la época era un excelente nadador, fijó el cabo en un árbol y poco a poco la tripulación va pasando a tierra perdiéndose solo nueve hombres, entre ellos el contador de la armada Diego de Estrella. Elcano envió a Urdaneta junto a seis hombres a recoger la gente naufragada, entrando en contacto con los indígenas Patagones.

Finalmente aparecieron la Victoria y el Santiago que se habían reunido, volviendo a juntarse toda la expedición.

Pese a ser verano en el hemisferio austral, un nuevo temporal castiga la flota haciendo garrear (arrastrar) a la capitana que a pesar de sus cinco anclas toca fondo y amenaza con partirse, Loaysa y Elcano deciden volver a Santa Cruz para reparar las naves. Mientras la disidencia iba anidando en la expedición, el 10 de febrero Pedro de Vera capitán de la Anunciada se separa de la flota desertando e intenta llegar a las Molucas por la vía portuguesa del cabo de Buena Esperanza, perdiéndose para siempre, Urdaneta nos dice «desapareció y nunca más le vimos».

El temporal arrastró la carabela San Lesmes, que sin perder de vista nunca la tierra llegó a rebasar la Tierra de Fuego, pues al conseguir reincorporarse más tarde, la tripulación dijo haber visto el fin de la tierra firme. Entonces Rodrigo de Acuña al mando de la San Gabriel, decide desertar también regresando a Brasil, donde esperaba cargar el valiosísimo “Pau Brasil o Palo de Brasil” y regresar a Castilla. Sorprendido por tres naves francesas que lo apresan al ir a negociar con ellos, atacan a la nao castellana. Ante el ataque francés la tripulación maniobra consiguiendo huir. Acuña y varios marineros pasaron de manos francesas a portuguesas permaneciendo dos años confinados en Pernambuco. El resto de la tripulación tras restaurar como pudieron la nao consiguieron regresar a Bayona el 28 de mayo con 27 castellanos y 22 indios, solo les quedaba bizcocho apenas para cinco o seis días y sólo tres botas de vino.

En Santa Cruz una vez reparadas las naves, el resto de la maltrecha armada vuelve a enfrentarse al estrecho consiguiendo esta vez salir al Pacífico, pero el océano que tan amablemente recibió a Magallanes esta vez no tiene consideración con los nuevos aventureros, que han de afrontar temporal tras temporal acabando por separar las naves.

La San Lesmes, es separada del resto no volviéndose a saber nada de ella hasta dos siglos más tarde, cuando la fragata Magdalena encuentra una gran cruz, muy antigua, cerca de Tahití, que junto con posteriores restos arqueológicos encontrados (dos cañones), e indígenas con rasgos y costumbres europeas, han dado lugar a interesantes especulaciones que han llegado hasta hoy día.

Ruta de la expedición Loaysa-Elcano
 

El Santiago, la embarcación más pequeña, con cincuenta hombres de tripulación y siendo dependiente de los víveres de la Victoria, se encuentra en una situación delicada. Guevara viendo que no puede atravesar el Pacifico, toma una decisión que resultó acertada, remontar hacia Nueva España (hay que tener en cuenta que todavía Perú no es español), dejándose llevar de una desconocida corriente (la de Humboldt), pone proa al norte.

Entretanto Hernán Cortes recibía una misiva de Carlos V, el emperador preocupado por el destino de la nao Trinidad, aquella otra superviviente de la expedición de Magallanes, le ordena organizar una expedición a las Molucas para conocer la suerte de Gómez de Espinosa, así como de la expedición de Loaysa. Cortés eligió para esta misión a su primo Álvaro de Saavedra y Cerón, que a finales de octubre de 1527 zarparía de Zihuatanejo (México) con tres naos: la Florida, Santiago y Espíritu Santo, con un centenar de hombres a bordo. Cuál no sería su sorpresa cuando justo antes de zarpar arribó a Mazatlán el patache Santiago, destrozado y con su tripulación maltrecha, llegó al golfo de Tehuantepec el 25 de julio de 1526. A pesar de las noticias que de la expedición de Loaysa trajo el patache, Cortes decidió seguir con la suya pues nada se sabía todavía de la Trinidad.

Entre tanto la Santa María del Parral, consiguió tras una durísima travesía cruza el Pacifico para llegar a las islas Célebes, donde se produjo un motín asesinando a su capitán Manrique de Nájera, acabando la nao por embarrancar en la isla Sanguin, cercana a la de Cebú, siendo su tripulación apresada por los indígenas y esclavizada.

La capitana Santa María de la Victoria, baqueteada y maltrecha se adentraba en el Pacifico, mientras la enfermedad se apoderaba de la tripulación (el temido escorbuto), falleciendo unos cuarenta hombres de la tripulación entre ellos Loaysa el 30 de julio, asumiendo el mando Juan Sebastián Elcano, aunque por poco tiempo ya que fallecería el 6 de agosto. La tripulación eligió como nuevo capitán a Toribio Alonso de Salazar, contador de la San Lesmes que había pasado a la nao capitana en el estrecho y, tras el fallecimiento de éste, a Martín Íñiguez de Carquizano frente a
Hernando de Bustamante que también se postulaba para el mando.

Continúan navegando y el 21 de agosto avistan tierra, un atolón deshabitado al que bautizan como “San Bartolomé”, hoy la isla Taongi al norte de las Marshall. Avistadas las islas de los ladrones, hoy Marianas, bautizadas así por Magallanes debido a la conducta de sus habitantes, se les acerca una canoa con indígenas, cuando para su sorpresa uno de ellos les habla en castellano pidiendo “seguro real” es decir indulto, era Gonzalo de Vigo, embarcado en la Trinidad que tras haber navegado hacia el norte hasta llegar a las cercanías de Japón, sin avistarlo y sin encontrar vientos favorables que les llevaran a Nueva España, tuvieron que regresar con una gran mortandad en la nao, por lo que decidió desertar junto a un genovés y un portugués que fueron muertos por los nativos, pero él consiguió sobrevivir, sumándose a la tripulación de la Victoria como interprete al haber aprendido la lengua de los nativos.

El 6 de octubre llegan a Mindanao, en Filipinas, siendo recibidos por gente muy belicosa por lo que deciden continuar, finalmente saltando de isla en isla y comerciando con los nativos de ellas, el 29 avistan la isla de Gilolo, por fin habían llegado a las Molucas.

Desde su partida de España había pasado un año tres meses y cuatro días, navegando por aguas desconocidas mientras sorteaban infinidad de peligros. De las siete naves solo la capitana había llegado y con ella solo 105 tripulantes de los 450 hombres que partieron de La Coruña.

Guerra en el fin del mundo

Las Molucas estaban divididas en cuatro reinos Ternate, Tidore, Baquián y Gilolo, los tres primeros asentados en las islas que llevan su nombre, y él último, Gilolo, en la costa occidental de Halmahera (isla que pese a su gran tamaño estaba poblada únicamente en sus costas). Estos reinos tenían continuas luchas internas entre ellos.

A su llegada los portugueses se instalaron en Ternate, construyendo un baluarte y un almacén que son abastecidos desde Malaca. Esto daba una clara ventaja a Ternate sobre los demás reinos, el sultán de Ternate que ostentaba el cargo de soberano o señor del Maluco (Kolano Maluku), se alió con los portugueses derrotando al de Tidore, que tuvo que huir. La llegada de la nao castellana fue muy bien recibida en Gilolo pues tras el ataque a Tidore, pensaban que ellos serían los siguientes e inmediatamente se aliaron con los castellanos.

Mapa de las Molucas de Willem Janszoon Blaeu (1571-1638), que apareció por primera vez en 1630 en el Atlantis Appendix. Fuente Wikimedia

Enterados los portugueses de la llegada de la Victoria, enviaron a Francisco de Castro con un requerimiento formal para que se presentasen en Ternate, o «de lo contrario, echaría a pique la nao con toda su gente, porque todas las islas del Maluco y sus comarcanas estaban por el rey de Portugal». Pero los castellanos no solo no se arredraron sino que pusieron rumbo a Tidore, entonces desde Ternate los portugueses enviaron una flotilla compuesta por una diversidad de navíos a interceptarlos, lejos de amilanarse la Victoria pone proa hacia la flotilla en zafarrancho de combate, viendo la decidida aptitud de los castellanos y que la nao era grande y venía bien apercibida y artillada, los portugueses no se atrevieron a llegar a tiro de cañón dejándola pasar. El 1 de enero de 1527 los castellanos llegaron a Tidore siendo recibidos por su rey Raja Miu, jurando fidelidad al rey de Castilla.

Sin pérdida de tiempo los castellanos descargan la nao, salvo alguna artillería que dejan a bordo para su defensa y comienzan construir una fortaleza, un almacén y una iglesia además de reconstruir las casas destruidas por los ataques portugueses a los indígenas.

Dieciocho días después aparece una nao portuguesa que comienza a disparar sobre la Victoria, tras dos días de una brava defensa la nao castellana, aunque sin llegar a hundirse, se pierde, el bombardeo sufrido unido al daño que hacían las propias piezas de artillería al disparar debido a lo maltrecha que venía la nao de larga travesía, acabaron con ella. A partir de aquí, se decide construir un galeón con el objetivo no solo de hacer frente a los portugueses, si no también regresar a Castilla con él y dar cuenta de la expedición.

Entre tanto el rey de Gilolo aparece pidiendo refuerzos a los castellanos pues había sido atacado por los portugueses por ayudarles, se acuerda enviar veinte hombres para proteger Gilolo, acordando con su rey la construcción de una fusta, embarcación parecida a una galera aunque más pequeña, más propia para la defensa en aquellas aguas.

Desde la población de Zamafo o Samafo, convertida en escala previa de las expediciones castellanas, avistaron unas velas que se dirigían al sur, al pensar que podían ser alguna de las naves
perdidas, Urdaneta junto con el piloto Martín de Uriarte parten en su busca en el batel de la Victoria, acompañados de algunos paraos indígenas (embarcación tradicional malaya largo, estrecho y de poco calado), al no llevar provisiones van comerciando con los indígenas a cambio de comida, pero en algunas aldeas fueron recibidos con hostilidad teniendo que luchar para salvar la vida.

Rodean la isla de Halmahera y al acercarse a Tidore son atacados de nuevo por los portugueses que hieren a Martín de Uriarte; más tarde, en otro enfrentamiento, un barril de pólvora estalla matando a nueve indígenas. Urdaneta con la ropa en llamas se lanza al agua e intenta alcanzar la costa, al verle, los portugueses abren fuego de escopeta sobre él pero no consiguen alcanzarlo, entonces una nave de Gilolo se interpuso entre Urdaneta y los portugueses protegiéndolo mientras rechazan el ataque salvándole.

El propio Urdaneta nos cuenta que mientras se recuperaba de las quemaduras sufridas en la explosión, estuvo quince días sin respirar por la nariz debido a la gran cantidad de humo que le entro por ella al estallar el barril, llegando a decir que «Dios lo libro porque estaba con él ».

A pesar de su superioridad los portugueses no conseguían doblegar a los castellanos por lo que comenzaron a negociar para llegar a una tregua, en un banquete ofrecido por el capitán castellano Carquizano, para tratar una de ellas, fue envenenado a traición por el lusitano Baldoya, que portaba veneno en una uña con la que emponzoño la copa que sirvió para rubricar el acuerdo. El fallecimiento del Capitan fue muy sentido por los expedicionarios: «A doce días del mes de julio falleció el Capitan Martín Íñiguez de Zarquizano de esta presente vida, al cual enterramos en una iglesia que teníamos y Dios sabe cuanta falta nos hizo, por ser hombre muy hábil y valeroso para el dicho cargo; era muy temido así de los cristianos como de los indios». Urdaneta.

Tras su muerte se postulan como capitanes Hernando de Bustamante de nuevo y Martín García de Carquizano, quien se supone sobrino del anterior, no estando clara la filiación entre ambos, pero para sorpresa de ambos el elegido es Hernando de la Torre, quien a pesar de su juventud (24 años), era el encargado de la fortaleza castellana habiendo realizado en ella un excelente trabajo, todos le juran como capitán incluidos los dos postulados al cargo a los que no les quedó más remedio que admitirle.

Pero las hostilidades no concluían, el galeón que estaban construyendo se incendió cuando un portugués haciéndose pasar por castellano introdujo unas granadas haciéndolas estallar, aunque reaccionaron con rapidez y apagaron el incendio, se dieron cuenta de que las maderas no eran buenas para una navegación en alta mar y el calafateado que utilizaban tampoco, pues hacía aguas constantemente de manera que abandonaron su construcción, tomando conciencia de que se encontraban solos en el confín del mundo sin ninguna posibilidad de regresar. Pero estos hombres eran de otra pasta, terminaron la segunda nave llevándola a Tidore: «Concluyeron los castellanos la fusta que hacían en Gilolo, y la llevaron á Tidori el 18 de Enero de 1528, era de 17 bancos ; hicieron capitán de ella á Alonso de los Ríos , y á Andrés de Urdaneta lo nombraron tesorero de la mar». [Fernández de Navarrete, p. 88].

Con la construcción de esta nave ahora los castellanos ya disponían de los elementos necesarios para poder mantener un enfrentamiento “algo más equilibrado” con la poderosa flota portuguesa. «Hernando de la Torre mandó armar la fusta, que con su capitán Alonso de los Ríos y treinta y cinco hombres se colocó entre Mare y Tidori. Los castellanos armados y con buen ánimo, y los portugueses en una galera, empezaron a usar la artillería: los primeros abordaron tres veces a los portugueses sin poderles entrar, hasta que al fin lo consiguieron, sin embargo los portugueses tenían muchos y bien armados escopeteros, y peleaban reciamente; pero a la hora se rindieron.

La fusta de los castellanos llevaba por la proa un pedrero de bronce muy bueno, dos sacres de bronce, dos falconetes de fierro, un verso de bronce que antes habían tomado a los portugueses, y dos arcabuces por la popa; y la galera de los portugueses tenia por la proa un cañón pedrero, una media culebrina y un sabage grande, que todos eran tiros gruesos, y además tres falcones grandes y catorce versos, que suman veinte tiros, cuya artillería era de bronce, a excepción de dos tiros gruesos de hierro. Se tomó también en dicha galera alguna pólvora, pelotas, escopetas y armaduras para el cuerpo.

Andrés de Urdaneta
 

De los castellanos hubo cuatro muertos y ocho heridos: de los portugueses ocho muertos, entre ellos el capitán de la galera Hernando de Baldaya; cinco se echaron al mar, que uno era el piloto; diez salieron muy mal heridos; fueron  hechos prisioneros diez sanos, y ocho esclavos que bogaban.

Cuando entraron los castellanos en la galera portuguesa, el marinero Juan Grego de la castellana, se fue a popa, donde halló un cofre que hizo pedazos, encontró en él una taza y tres cucharas de plata, ciertos paños de rescates, con otras cosas, y entre ellas un papel que lo tomó en la mano Diego de Ayala, y contenía las palabras siguientes: “Fernando de Baldayan, si tomardes los castellanos y la galera, no dejéis ninguno de ellos vivo, porque vienen á tomar y levantar las tierras del Rey nuestro Señor de Portugal, y envolvedlos en una vela de la galera, y echadlos en medio de la canal de la mar, porque no quede ninguno de ellos vivo, ni haya quien vaya á decir á Castilla lo que pasa en esta tierra. Lo cual haced so pena de muerte y perdimiento de vuestros bienes.” Cuyo papel estaba firmado de D. Jorge de Meneses, y lo tomó el capitán Hernando de la Torre para guardarlo». [Fernández de Navarrete, pp 115-116].

Pero los continuos combates van causando bajas también continuas, que unido a las enfermedades van debilitando poco a poco la guarnición castellana, por otro lado los indígenas de la isla de Makian, aliados de los portugueses se pasan al lado castellano y solicitan una dotación sabedores de que serán atacados, otro pequeño grupo de castellanos es enviado a la isla, quedando cada vez menos hombres en la guarnición.

Entre tanto el emperador Carlos, no se había olvidado de la expedición preparando una nueva al mando del veneciano Sebastián Caboto, con doscientos diez hombres embarcados en tres naos y una carabela, pero fue un fracaso absoluto pues se perdió la capitana y aparecieron desavenencias entre la tripulación, no llegando a pasar del Plata regresando a Castilla solo una nave con veinte hombres.

También habíamos visto como desde Nueva España, Cortes, había preparado otra expedición de tres naos al mando de Álvaro de Saavedra, tras una travesía de dos meses en donde se perdieron cerca de las Marianas la Santiago y la Espíritu Santo, llega a las Molucas solo la nao capitana a finales de marzo de 1527, curiosamente había recogido por el camino a tres de los hombres de la Santa María del Parral, dos de los cuales fueron participantes en el motín, siendo delatados por un genovés también de la misma nao, que contó la verdad del motín que acabaron por confesar por lo que fueron juzgados y ejecutados.

Los peores temores portugueses se habían confirmado, los castellanos venían para quedarse, en cuanto vieron la vela de la Florida acercarse pusieron proa a ella con su galera e intentaron engañar a Saavedra diciéndole que Loaysa había muerto (lo que era cierto), y que los supervivientes habían regresado a Castilla, dándoles ordenes de ir a Ternate. Saavedra, desconfiado no hizo caso y en ese momento los portugueses abrieron fuego fallándoles la pólvora, los castellanos repelieron el ataque y finalmente pudieron atracar en Gilolo.

La alegría fue indescriptible, pues no solo recibieron la certeza de que no estaban abandonados sino que la Florida traía pertrechos de todo tipo, sobre todo armas y medicinas que ya escaseaban tras tanto tiempo, esfuerzos y combates. Pero el objetivo era regresar, así que repararon la nave, la cargaron de clavo y la Florida partió para Nueva España en junio de 1528 con rumbo sur alcanzando Nueva Guinea, en donde entró en contacto con los Papúas (llamados así por los moluqueños y posteriormente por los portugueses al ser negros, de cabello rizado), de nuevo al igual que le había pasado a la Trinidad, los vientos y corrientes contrarias le hicieron desistir teniendo que regresar a las Molucas. Esto no solo no los desanimo si no que tenazmente lo volvieron a intentar, tras volver a reparar la nao el 3 de mayo del año siguiente partieron de nuevo llegando hasta el sur de las islas Hawái, Saavedra murió durante la travesía delegando el mando en Pedro Laso, que fallecería más tarde. De nuevo al no encontrar vientos favorables y la falta de un auténtico mando decidieron regresar a las Molucas, arribando a Gilolo en diciembre de 1529 poniendo la nao bajo las órdenes de Hernando de la Torre.

Capitulación, venta de las Molucas, y regreso

Es curioso que pese a la superioridad portuguesa los castellanos progresaban, sus enfrentamientos se contaban por victorias repeliendo sus ataques y capturando sus naves, armas y prisioneros que intercambiaban, pero la situación era extenuante con cada vez menos efectivos frente a los continuos refuerzos portugueses que venían desde Malaca, por lo que los ánimos comenzaban a flaquear, aun así en un nuevo intento de subir la moral y ayudar a sus aliados, enviaron dos columnas al mando una de Alonso de los Ríos y la otra con Urdaneta a la cabeza que consiguió notables logros pero dejó Tidore casi desguarnecida. A esta nueva situación se sumó Hernando de Bustamante, que quizá por despecho de no haber sido elegido capitán o bien por ver imposible el continuar resistiendo, negoció con los portugueses informándoles de la debilidad castellana, la traición propició un ataque a Tidore que tomó la población y forzó a Hernando de la Torre a capitular.

Ríos y Urdaneta le propusieron a Hernando de la Torre hacerse fuertes en Gilolo, pero este razonadamente les dijo que ya no tenía sentido seguir resistiendo cuando además los portugueses les habían prometido respetar sus vidas y repatriarlos, esto coincidió con la llegada de la Florida de su segundo intento de tornaviaje con sus hombres enfermos y sin fuerzas que hubieron también de entregarse, la guerra había durado tres años.

Tras esto y con permiso de los portugueses los castellanos se instalan en la isla de Halmahera pero no en Gilolo, si no en Zamafo y allí esperan noticias del rey dividiéndose, Bustamante y otros once prefirieron ponerse al servicio de Portugal, mientras De la Torre y los demás continuaron fieles a su señor.

Pero como ocurre a lo largo de la Historia y teniendo en cuenta la gran distancia que había entre las Molucas y la Península Ibérica, los acontecimientos se solapaban sin llegar a tener noticias de ellos entre ambos extremos. En el propio año 1529 el emperador Carlos V, firma con el rey de Portugal, Juan III, el Tratado de Zaragoza.

Este tratado dejaba las Molucas en manos portuguesas por una cantidad extraordinaria 350.000 ducados de oro a 375 maravedíes cada uno, comprando los derechos castellanos sobre las islas, incluidos el de propiedad, el de navegación y el de comercio.

Además, el pacto incluía una cláusula por la cual el rey de Castilla podía invalidarlo a cambio de devolver el pago portugués, cosa que nunca sucedió por la necesidad acuciante del emperador de dinero para financiar sus guerras.

Realmente el negocio para Carlos fue redondo pues vendió a Portugal lo que ya era suyo según el Tratado de Tordesillas, pues las Molucas entraban dentro de su demarcación, pero el tratado también supuso el fin de la Casa de la Contratación de La Coruña y por supuesto de la de Ternate, abandonando de momento, toda pretensión de Castilla sobre Asia.

Los pocos castellanos que quedan, apenas unas cincuenta o sesenta personas, son acogidos y mantenidos por su aliado el rey de Gilolo hasta su fallecimiento, la nueva situación política creada dividida entre dos facciones con una población de religión musulmana, les hace recelar pensando que los cristianos ya no son bien vistos en la zona y que van a ser atacados, esto les hace avisar a los portugueses del inminente peligro dándose la situación de que quien antes fue tu enemigo ahora es tu amigo.

Y efectivamente cuando Ternate ataca a los portugueses estos piden ayuda a los castellanos, quienes durante la noche les envían con Urdaneta una barca llena de víveres. Esta nueva alianza relaja las tensiones entre los ibéricos acordando con el capitán portugués el envió de un emisario a la india para poder ser repatriados, el elegido es Pedro de Montemayor, que tras un año vuelve al Maluco y comienza la repatriación. Pero no todo fue tan fácil, los portugueses recelan de por qué quieren los castellanos regresar ya que están perfectamente asentados, se han casado con nativas, han creado familias y viven bien, pero los castellanos también recelan de los portugueses pues piensan que van a ser envenenados tal y como ya había pasado anteriormente, para que esto no ocurra se separan en dos grupos uno al mando de Hernando de la Torre, y otro al de Urdaneta, partiendo por separado aunque se reencuentran en Malaca.

Los primeros en regresar a Castilla son los que se habían pasado a los portugueses, pero de los fieles a la corona el primero en llegar es Urdaneta, once años después de zarpar de La Coruña, viene acompañado de su hija Gracia, tenida con una nativa y a la que no quiso abandonar en aquella lejana tierra y de su amigo Macías del Poyo. Nada más arribar a Lisboa le prohíben bajar a tierra y le es requisada toda la documentación y cartas que trae, la cual se la habían repartido entre De la Torre, él y otros compañeros en previsión de alguna jugada de los portugueses, estos al igual que hacían los castellanos pretendían que todo lo sucedido en aquellas tierras no se supiera, sustrayéndole los mapas de aquellas islas, así como los derroteros que la Santa María de la Victoria y la Florida habían realizado.

Urdaneta se ofendió sobremanera queriendo ir a ver al rey de Portugal para quejarse, pero el embajador castellano Luis Sarmiento de Mendoza, le aconsejó huir de Lisboa pues su vida estaba en peligro, le procuró un caballo, víveres y agua y cabalgando de noche pasó de Portugal a Castilla. Más tarde, en Valladolid, se reúne con su hija Gracia, que se había quedado retenida en Lisboa y a la que rescata, dejándola al cargo de su hermano Ochoa de Urdaneta.

Pero con lo que no contaban los portugueses es con la gran memoria que había ido adquiriendo aquel muchacho de 17 años que había partido como secretario de Elcano y que volvía convertido en un gran navegante, cartógrafo y militar, trabajando sin descanso rehízo la mayor parte de la documentación requisada por los portugueses, lo que dejó asombrados al Consejo de Indias que llegó a decir: «Este Urdaneta era sabio y lo sabía muy bien dar a entender, paso a paso, como lo vio». Se le adelantaron 60 ducados de oro de los sueldos que se le debían, aunque el reclamaba 1.500 por los servicios prestados.

Un año más tarde regresa Hernando de la Torre, curiosamente y sin saber por qué, los portugueses no le requisan la documentación, en ella trae los testamentos de Loaysa, Elcano y otros compañeros, gracias a lo cual, junto con el testimonio de Urdaneta se puede saber todo lo que ocurrió a lo largo de la expedición, prestando también testimonio de sus compañeros fallecidos ante el Consejo de Indias, para que sus familiares y herederos pudieran cobrar lo que les correspondía.

La expedición Loaysa-Elcano fue uno de tantos fracasos en un siglo lleno de éxitos, pero visto a lo largo de la perspectiva del tiempo, no parece tal.

Elcano, Loaysa, Hoces, Guevara, Saavedra, De La Torre y sobre todo Urdaneta lo sacrificaron todo en una aventura sin parangón con un solo objetivo, crear una nueva ruta de la seda que trajera a Europa, a Castilla, las ansiadas y valiosas especias, fue un paso más, pues tras algunos intentos posteriores tan deseado sueño finalmente se acabaría consiguiendo.

El relato de estos hombres a los que hoy llamaríamos “emprendedores”, que empeñaron su vida en conocer, comprender y explorar un mundo hasta entonces desconocido y totalmente distinto al suyo a riesgo de su propia vida, es encomiable y digno de admiración, por lo que es necesario rescatar su recuerdo del olvido, reconociendo su valor y su aportación a la historia de nuestro País.

Autor José Javier Aguilera Fragoso

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