Mucho ruido y pocas nueces. O como tomar una ciudad
Esta expresión popular que aún hoy seguimos usando y que significa que le damos importancia a algo que no la tiene, dándole mucha propaganda, es atribuida a la obra de William Shakespeare “Much ado about Nothing” (1598).
Lo cierto es que el refrán “mucho ruido y pocas nueces” ya aparece en la obra del Arcipreste de Hita “el Libro del buen Amor” (1330), en el siglo XIV, «Con su pesar, la vieja dixome muchas veces: / "Arcipreste, más es el rroydo que las nueces"», (copla 946). Y un siglo más tarde en “la Celestina” (1499), de Fernando de Rojas, «Hija, destos dolorcillos tales, más es el ruydo que las nuezes» (acto IX).
Por otro lado las nueces eran utilizadas en la antigüedad para lanzarlas contra el suelo provocando gran estruendo, como si de petardos se tratara, en fiestas como bodas o bautizos.
Pero hay otro origen posible más y este es el que nos interesa. Durante la guerra franco-española (1595-1598), los tercios de la monarquía hispánica tomaron la ciudad de Dorlan (Doullens), en la Picardía francesa, nombrando gobernador de la misma al sargento mayor del Tercio, Hernán Tello de Portocarrero, por sus méritos durante la toma de la plaza.
Tello, era un soldado viejo (veterano), que se había distinguido en Lepanto, África, Flandes, Azores y de nuevo en Flandes, ascendiendo hasta el cargo de sargento mayor. El sargento mayor era el segundo oficial más importante del tercio, ayudante principal del maestre de campo, lo que significaba que era el segundo al mando.
Hernán Tello de Portocarrero |
La ciudad, aunque perfectamente amurallada estaba escasamente defendida, pues su guarnición se componía de milicias, habiendo rechazado la oferta del rey Enrique IV de enviarles una compañía suiza, circunstancia que Tello debía de conocer, por lo que ideó una estratagema que le permitiera en un golpe de mano tomar la urbe. El 10 de marzo al anochecer y al mando de mil infantes y cuatrocientos jinetes, salieron de Doullens, una tropa variopinta formada por españoles, borgoñones, valones y alemanes, que recorriendo los cuarenta kilómetros que separan ambas ciudades, se emboscaron sobre a las cuatro de la madrugada en las cercanías de Amiens.
El plan era sencillo, había que traspasar la puerta disfrazados, hacerse con la guardia y dar paso al resto de compañeros que se harían con la ciudad. Para llevarlo a efecto se preparó un carro reforzado con tablones que bloquearía el rastrillo de la puerta de entrada y que sería llevado por un grupo de soldados disfrazados de campesinos.
Al salir el sol se abrieron las puertas de la ciudad y tras un breve reconocimiento por parte de la guardia de los alrededores (sin mucho interés), los villanos y campesinos comenzaron a entrar y salir de ella: “Metida la guardia de sus puertas, los villanos del contorno comenzaron á entrar y salir á la ciudad, entre los cuales estaban nuestros soldados en hábito de villanos, y entre ellos había valones y borgoñones de los del presidio de Doullens y el sargento Francisco del Arco, á quien estaba encomendado el hacer la seña del arremeter al cuerpo de guardia con una pistola.”
Entraron los soldados cargados con unos saquillos de nueces y manzanas que les habían costado un escudo y medio; ateridos de frío como estaban se sentaron alrededor del fuego actuando como campesinos y hablando con los guardias. En esto el carro reforzado y cargado de paja comenzó a atravesar la puerta, cuando un saco de nueces se desparrama por el suelo con gran estruendo, la distracción estaba servida, los soldados españoles se hacen rápidamente con la guardia y el soldado francés encargado del rastrillo, corta la cuerda que sujetaba este: “y en cuanto estuvo debajo del rastrillo, el borgoñón que iba en el caballo delante guiando se apeó y cortó con un cuchillo que tenía las cuerdas con que tiraba el caballo, lo cual vio bien Francisco del Arco, a quien un sargento de la guardia llegaba en aquel momento a preguntar de dónde era, y le respondió sacando del gregüesco una pistola, y dijo en español: «De aquí soy», y le dio un tiro en el pecho; y quitándole la partesana que en las manos tenía, porque él cayó luego muerto.”
Asalto de la ciudad de Amiens |
El carro reforzado aguantó el impacto del rastrillo dejando un hueco por donde el resto de soldados que esperaban emboscados en una ermita cercana comienzan a entrar de inmediato, la ciudad es tomada en poco tiempo, sin asedio, sin resistencia y lo más importante sin bajas.
Una vez con el controlada la situación, comenzó el saqueo a la par que la organización de la defensa, en espera de tropas que vinieran a auxiliarlos.
Enrique IV, estaba que trinaba, no se lo podía creer, un puñado de desarrapados había tomado sin esfuerzo una de las ciudades más importantes de Francia, con la humillación que eso suponía. De inmediato organizó un gran ejército y él mismo se dirigió a Amiens poniéndole cerco.
Pero no contaba con la tenacidad y profesionalidad de los hombres de los tercios que rechazaron los asaltos, hacían salidas contra las trincheras y el campamento francés, construyendo minas y contraminas en donde hubo duros combates.
Entre tanto el archiduque Alberto de Austria, gobernador general de Flandes, organizaba en Douai, un ejército para ir en socorro de Amiens, enviando unos 300 hombres de caballería al mando de Juan de Guzmán, pero fueron descubiertos cerca del foso, entablando un combate que sólo se resolvió cuando los compañeros del interior hicieron una salida para ayudarlos, aunque con bajas por ambas partes.
A finales de septiembre llegó el ejército de socorro, siendo recibido por un intenso bombardeo francés, por lo que Alberto para no debilitar el ejército del rey Felipe II, decidió retirarse sin plantar batalla, dando permiso, eso sí, a los hombres del interior de Amiens a rendirse.
En esas fechas mientras Hernán Tello reconocía un día las defensas, fue alcanzado por una bala que lo mató, asumiendo el mando el marqués de Montenegro. Los soldados cogieron el cuerpo de su capitán y lo llevaron a la catedral de Notre Dame de Amiens, una de las más grandes de Francia, allí levantaron un túmulo con sus armas, enterrándolo en una capilla detrás del altar.
Entretanto en el lado francés las cosas no iban bien, recuperar la ciudad estaba costando demasiado y Enrique IV se dió cuenta que no podía continuar así, no solo estaba resultando humillante, sino que siempre estaba el peligro de que un nuevo ejército de socorro viniera en ayuda de Amiens.
Negoció con los hispanos una salida honrosa de la ciudad y los tercios salieron en formación con las banderas y estandartes desplegados, tocando tambores y trompetas y las mechas de las armas encendidas, además de 150 carros cargados con el botín adquirido en la toma.
En su primer punto la capitulación exigía: “Que no se toque el sepulcro de Hernán Tello Portocarrero y los capitanes sepultados en la iglesia de Amiens, ni sus epitafios y trofeos, aunque sea en perjuicio de la dignidad de Francia”. Enrique entró en Amiens y se dirigió a la catedral, allí se encontró con el túmulo que los soldados habían hecho a su capitán comprendiendo tan extraña clausula en honor de Tello y demás capitanes, algo totalmente inaceptable para el rey francés, que inmediatamente ordeno destruir el túmulo y trasladar el cuerpo enterrándolo, quizá por compasión o por honor entre guerreros, en una nave lateral del crucero señalándolo solo con una baldosa, que contiene una “H” y una “T”, (Hernán Tello), separadas por una cruz de Malta y una “W” por walones o valones y el año 1597.
La toma de Amiens, fue una sorpresa tal que la noticia rápidamente corrió por toda Europa, teniendo un gran impacto en la época, pero al final quedó en nada, de ahí que el ardid de las nueces parece que se popularizó y dio como resultado al famoso refrán.
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